VIENTOS I

Confiado, caminaba relajado disfrutando de una tarde primaveral de octubre._ Nada habitual en Segovia, aunque los últimos años esta situación comenzaba a ser normal_ Esto lo pensaba mientras levantaba los hombros intentando protegerse del viento que comenzaba a arreciar con fuerza. Como si alguien lo soplase detrás de las orejas, descubrió sorprendido que en derredor no se agitaban las hojas de los árboles, ni siquiera la pelusa acumulada en la acera se inmutaba; sin embargo, él lo notaba cada vez con más furia tras su nuca, tanto que se asustó. Sentía golpes certeros de viento que lo obligaban a caminar más deprisa, empujándolo cuesta arriba en la calle donde su portal quedaba más lejano a cada paso. Su vecina Marisa paseaba con su pequeña perra Cora sin despeinarse. Encendió un cigarro y lo saludó al cruzarse con él.  Alejandro dio un traspié y casi cae al suelo incapaz de detenerse a cortejar a la mujer que desde hacía meses intentaba camelar.  Su esposa aprovechaba para relajarse y leer. El paseo de su intratable marido era el único momento  de liberación que intentaba aprovechar cada tarde.

-Tengo prisa.- Consiguió balbucear Alejandro apurado.

-No te preocupes. Que vaya bien.- Sin mirarle consultó su teléfono móvil que vibraba en ese instante.

Alejandro intentó girar la cabeza para ojear el trasero de Marisa, pero el viento se lo impidió. Incapaz de comprender lo que sucedía, decidió regresar a casa. Nada. El puñetero viento marcaba su paso y dirección. En cuestión de minutos, el envejecido porche donde tantas veces correteó de niño lo protegió del sol. El yugo gaseoso consintió que se detuviese un instante. Su padre descansaba en una silla de plástico de terraza de una marca conocida de refresco. _ ¡Oh, no!_ Pensó_ Ahora a soportar la misma monserga de siempre. Y este jodido viento que no me deja en paz._ Su padre disimuló fingiendo dormir; desde el fallecimiento de su esposa, el carácter, siempre divertido y dicharachero del viejo Mariano se tornó agrio y antisocial; escondido tras una máscara de cristal la pena lo consumía. Alejandro dispuso de tiempo para saludar a su padre, el viento se lo permitió, pero lo pudo el egoísmo y la falta de empatía. Su viejo era un pesado chocho inaguantable._ Mejor otro día._ Decidió. En cuanto este pensamiento apareció en su obtuso cerebro, el mini huracán, cual colleja desmesurada, lo obligó a seguir su camino. El miedo comenzó a suponer un pánico creciente. Algo paranormal que solo él sufría se apoderaba de su voluntad. En cuanto intentaba girar la cabeza, para ver al menos que fuerza lo zarandeaba como a un pelele, un intenso dolor de cabeza lo hacía desistir de inmediato.

-¡Qué coño quieres! ¿Quién eres? ¡Déjame en paz de una vez!

Gritaba al aire en vano. Otro empujón hacia delante. Ramiro, compañero del colegio lo vio aproximarse alborotado y no se lo pensó dos veces. Se cambió de acera. Siempre lo hacía. Intentaba evitar al mamón que arruinó su infancia. Durante años se mofó de su regordeta figura. Todas las burlas, por su culpa, se dirigían a él. Todavía se hacía el gracioso cuando se encontraban y soltaba algún despropósito cargado de ironía sin importar quién lo acompañara o el lugar donde se encontraban. Él se limitaba a agachar la cabeza y sumirse en un silencio resignado. Aceleró el paso cuando en paralelo sus miradas se encontraron uno a cada lado de la calle. Los pasos de Alejandro cruzaron con avidez, obligados por su mano opresora que violaba sin piedad su capacidad de decisión.

-¡¿Qué quieres?!- Ramiro, a la defensiva, esperaba un escarnio propio de su estupidez.

-Ramiro. Te parecerá una tontería, pero no puedo girar la cabeza. ¿Podrías decirme si hay algo en mi nuca? No es broma. No sé qué coño me pasa.

-Muy gracioso Alejandro. Vete a reírte de otro. Tengo mucha prisa.

-¡Ayúdame, Ramiro! – Pero su compañero de colegio ya se alejaba rápidamente.

Giró la cabeza instintivamente; de nuevo, un dolor insoportable atravesó de un lado a otro su cabeza obligándolo a berrear,  cayendo de rodillas sobre el duro cemento.

_Pero, ¿qué me pasa?_ Hasta pensar le dolía. Sus pasos lo llevaron contra su voluntad hasta la oficina que regentaba como director general. Un puesto logrado a base de injuriar a sus compañeros, criticar con falacias y falsas acusaciones al que se entrometía entre el puesto en el sillón del poder y su culo flácido. Ni siquiera se sonrojó cuando su mejor amigo, el que no dudó en recomendar al que como un hermano sentía, tuvo que dimitir para dejarle paso. A sus espaldas, con la cobardía propia del que enamorado de sí mismo no ve más allá de su ambición desmedida, lo traicionó. Se fue quedando solo, tan solo, que ni su abultado sueldo lo confería más que trepas que lo alababan para conseguir los favores que su posición le permitía. Pero muy arrogante, gozaba cuando le suplicaban una mejora de sueldo, o, con lágrimas en los ojos, ofrecían lo que fuese menester por un contrato indefinido. Eran esos momentos los que disfrutaba de veras.

Pobre ignorante, regresaba a su casa a medio día, donde su mujer vivía con él y se enamoraba cada día más de su profesor particular de francés. Un hombre humilde, sensible, cariñoso y particularmente atractivo. Otro pescozón ventoso lo devolvió a la realidad. Nadie lo esperaba en la oficina, pues por las tardes era cuando los trabajadores podían relajarse sin la presencia del malnacido tirano. Sus caras, un poema, pero no de amor; eran de odio fingido tras forzadas sonrisas y medidas risotadas si alguna broma, siempre de mal gusto, era escupida por sus apestados labios. Obligado a caminar, se topó cara a cara con una mujer de mediana edad. Limpiaba las oficinas desde hacía más de cuatro años. Se esmeraba con el despacho de Alejandro, pues no dudaba éste en corregir su actitud a gritos y delante del resto de trabajadores cuando alguna mota de polvo aparecía en cualquier recóndito rincón del despacho. Ocultó la mirada tras la fregona mientras Alejandro intentaba disimular una opresión en su cráneo que a punto estuvo de provocar la inconsciencia. Enseguida su segundo de a bordo, estirado, pues su estatura era casi la de un hobbit, se prestó a sostener a su jefe. Lo acompañó a su sillón, el deseado durante tantos años.

-¿Está usted bien, Don Alejandro?

-No, no lo estoy. Joder. ¿No lo ves? Y cierra la puerta, ¡cojones!

-Enseguida.- Y lo hizo.

Por más que miraba detrás de la cabeza de Alejandro, solo veía la gomina que gastaba en cantidades industriales. El resto del personal, angustiado por la presencia del bastardo que los sometía a condiciones de esclavitud, sentían la desazón y la angustia, pues, preocupados, se temían lo peor. La crisis de los últimos años podría terminar con alguno despedido. Cuanto más se acrecentaba su intranquilidad y sufrimiento, viendo como Alejandro vociferaba y golpeaba la mesa del despacho, más aumentaba el suplicio que lo atormentaba.  Una pequeña hemorragia se manifestó en las fosas nasales de Alejandro. Después, fueron sus oídos los que regaban el cuello de sangre, cada vez más abundante. Incapaz de soportar tanto dolor, se golpeaba la cabeza contra la pared gritando de desesperación. El nuevo candidato a director general, abandonó el despacho y ordenó que se llamara a emergencias inmediatamente, pero nadie movió un dedo. Insistió, con idéntico resultado. Alejandro tiraba de su cabello arrancando mechones que caían de sus dedos. La empleada de la limpieza no pudo evitar pensar en las horas extra que nadie le pagaría y necesitaría para limpiar toda la sangre que Alejandro ahora vomitaba sin parar. Asombrada por su falta de sensibilidad, continuó sus labores como si nada ocurriese. De repente, Alejandro quedó inmóvil, con la mirada perdida, sin vida. Por su mente, al borde de la enajenación por el sufrimiento soportado, como en un cortometraje demoledor, se vio mofándose de Ramiro, maltratando a su mujer, ignorando a su padre y disfrutando con las penurias, el miedo y la claudicación de sus subordinados.

De pie desde el ansiado sillón donde tanto daño y sufrimiento creó, se asomó al vacío desde la sexta planta. Una ráfaga de viento abrió la ventana, y otra, en sentido contrario, le confirió el último y mortal impulso arrojándolo al vacío. Su cuerpo inerte golpeó con furia el asfalto.

 

Dos días después, Gonzalo, un reconocido miembro de la iglesia de una péquela localidad de Teruel, visualizaba imágenes de menores desnudos en un ordenador portátil. Sintió un escalofrío en la nuca. Un golpe de aire cerró la ventana de la sacristía. Otro, lo obligó a ponerse en pie…

 

Continuará…

 

Su Mirada, siempre esa mirada.

Fue por casualidad, o quizá no; el caso es que lo miró apenas unos instantes y quedó herido para siempre por su enigmática mirada.

Comprendió que no es sencillo negarse a la evidencia. La atracción se precipitó tras compartir tan solo unas horas. Su mirada, siempre esa mirada…

Cada vez que la observaba  podía  navegar sobre un océano de emociones, de verdades por contar, de un incipiente amor sin cita previa que los envolvía en una fantástica burbuja donde nada más importaba. Fluía un río de sinceras confesiones, intimidades que nunca creyeron desvelar los unió encadenando sus vidas irremediablemente.

Otro día.

La razón quiso imponerse al corazón. Convencidos de sus sentimientos apelaron a la cordura de lo políticamente correcto, de la fidelidad al compromiso; a no vulnerar unos principios enraizados en ambas conciencias. Pero se rozaron… Él percibió su perfume, ella tembló al sentirlo cerca. Ella lo miró. Su mirada, siempre esa mirada…

Se fundieron en deseos de vidas compartidas, de viajes de ensueño. Perdidos entre auroras boreales soñaban juntos, inseguros, ansiosos por  besarse y preocupados por hacerlo. Un abrazo llevo a otro, una sonrisa a la euforia, una declaración a la pérdida de control y por una noche al olvido.

Mariposas que en letargo hibernaban volvieron a revolotear en sus estómagos. Miradas inquietas que todo lo desvelaban, a duelo se enfrentaban con sus cargos de conciencia, con su regreso a casa, con sus vidas más allá de lo irreal del momento.

La pasión alcanzó el clímax a media noche. Piel con piel intentaron un abrazo de contacto. Dormir sintiéndose cerca. No habría más noches, más dulces olores, más abrazos en rincones bajo una luna cómplice de sus amatorias fechorías. Un final deseado por ambos, adrenalina indomable en el anhelo hecho carne e incompatible con la consecuencia. Con el placer absoluto tan cerca, pero tan prohibido, ella escapó al deseo, él no quiso insistir. Antes de despedirse, ella posó una vez más sus indescriptibles ojos sobre él, cual ocaso inacabado, luego, suspiró.

Cada noche antes de dormir su recuerdo los mecía; las ganas de volverse a ver, de sentirse cerca, de seguir soñando, de viajar en volandas por el mundo, de la mano, en una vida perfecta por vivir, tan posible como inalcanzable. Tan real como utópica.

Su mirada, siempre esa mirada…

LAS ETAPAS DE LA VIDA

Cristian Galindo es un joven mexicano de veintisiete años que recogí en mi vehículo regresando de La Coruña. Su siguiente destino era León, por lo que compartimos unos doscientos cincuenta kilómetros hasta Astorga. Durante el recorrido disfrutamos de una amena y enriquecedora conversación.

Terminado el Camino de Santiago, el viajero mexicano quería llegar a León, visitar Burgos, Santander y volar a Edimburgo para recorrer Escocia.

Ingeniero industrial, decidió abandonar su puesto de trabajo en Barcelona y experimentar en soledad el viaje que ha de marcar las pautas que definirán su destino. Enseguida conectamos y comprobamos atónitos que no solo éramos tocayos en el nombre, también en obra y pensamiento. Me impresionó su madurez y claridad de conceptos; priorizando con sabiduría sobre lo realmente importante de la vida, dejando atrás con cada paso todo aquello que creía necesitar para vivir. Comprometido con un mundo caótico y con pocas expectativas de futuro, la esperanza de jóvenes como Cristian encienden la llama de la esperanza en mi ya resignada y misántropa teoría sobre la involución del ser humano.

De entre los muchos asuntos que abordamos, me interesó especialmente su teoría sobre las cuatro etapas de la vida.

Según él, la primera comprendería desde el nacimiento hasta los veinte años de edad, donde de la mano de nuestros progenitores hemos de formarnos, terminar unos estudios que nos permitan encarar el mundo desde una mínima base de conocimiento; probar, reír, divertirse, saltar al vacío del entusiasmo y dar rienda suelta a la energía que solo la adolescencia te brinda.

La segunda, desde los veinte a los cuarenta, debe ocuparse en reinventarse; es decir: una vez la base te sostiene, indaga en la búsqueda personal. Descubre qué quieres en realidad; y lo más importante: lo que no quieres. Viaja, sobre todo viaja. Experimenta hasta saciar tus sentidos. Vence tus miedos, prejuicios; conócete a ti mismo y tu potencial y sienta los cimientos de la filosofía que definirá tu existencia.

En la tercera etapa, de los cuarenta a los sesenta, el equilibrio emocional, físico y espiritual que se habrá conseguido de las etapas previas fomentará vivir desde la experiencia, disfrutando de momentos que quieres, donde quieres y cuando quieres; porque sabes lo que necesitas y lo que te hace feliz. Tendrás la estabilidad que te lo permita, y las cosas, nunca más claras. La seguridad de los pasos por  dar y el conocimiento habrán de ser la gasolina que haga rugir a ralentí el motor hasta alcanzar la cuarta etapa, la que comprende de los sesenta a los setenta u ochenta.

La cuarta y última debería respetarse sobremanera. Los años dotan de sabiduría a las personas, pero inexplicablemente no nos interesa; incluso se cae en la ignorancia de subestimar el mundo interior que atesoran y todo aquello que pueden y deberían enseñar, inculcar, aconsejar tras toda una vida que, en muchas ocasiones, nunca creeríamos.

Cuando llegábamos a su destino, ya me veía reflejado en mi tocayo quince años atrás, y él me vio como su yo comenzando la tercera etapa.

Me despedí con un abrazo, convencido de que logrará lo que se proponga, pues ha conseguido atesorar grandes conclusiones y filosofías de vida a través de la enseñanza de sus propias experiencias, creándose preguntas que  responde buscando en lo más profundo de sí mismo siendo aún muy joven.

Mentes inquietas como la suya, quizá consigan salvar a la humanidad de su hasta ahora destructivo destino.

DERECHO A UNA MUERTE DIGNA

Soy consciente de navegar por terrenos pantanosos cuando me pronuncio a favor de la eutanasia, un paso más allá de la sedación extrema o terminal.

Se trata de un tema conflictivo y que dispara alarmas, pues la palabra muerte asusta e incomoda. Durante siglos se ha estigmatizado la muerte; catalogada como oscura, tenebrosa, incluso es tabú hablar de ellas en algunas sociedades.

Durante siglos, las diferentes religiones han conseguido que interioricemos la muerte como algo prohibido y prohibitivo, lejano, intocable e incuestionable; hasta crear verdaderos quebraderos de cabeza y conflictos emocionales en pleno siglo XXI. El imaginar ser partícipe del fallecimiento de una persona que padece una enfermedad incurable nos asoma al abismo del cargo de conciencia, de la doble moral y de lo éticamente correcto.

Pero todos estos peldaños, las trabas que el propio sistema establece son una realidad muy dolorosa e injusta, y así lo expone Luis de Marcos Vera.

He tenido la oportunidad de conversar con él no más de veinte minutos; suficientes para corroborar una vez más la extrema necesidad de cambiar de una vez por todas la ley en este sentido.

Antes de continuar quiero expresar mi respeto y comprensión a todos aquellos que deciden sufrir la enfermedad hasta el final, y, que a diferencia de mi postura, no comparten por motivos religiosos, morales o de conciencia  mis argumentos. No trato de convencer a los que por alguno de estos conceptos decide continuar su sufrimiento hasta el último día, simplemente defiendo la posibilidad de ser libre a la hora de elegir una u otra opción.

A día de hoy, el Testamento Vital ha sido la única forma de evitar seguir siendo mantenido vivo a través de medios artificiales, habiéndolo declarado en plena posesión de las facultades mentales y de acuerdo con miembros de tu familia o amigos que apoyen firmando el documento ante notario; pero a la hora de la verdad, es el médico el que estima cuando se ha llegado a esa situación límite y por tanto, el que decide. Por desgracia suele ser demasiado tarde y el recorrido de la enfermedad ha llegado a su fin.

Para los no creyentes, (agnósticos, ateos, etc.), la pesada carga del pecado no les afecta, y en un estado laico como el nuestro no tiene ningún sentido que ciertos valores religiosos se postulen por encima de los derechos de la persona a decidir sobre su propia vida. ¿Si no somos dueños de nuestra vida, de qué lo somos?

Luis de Marcos Vera es una persona joven, lúcida, inteligente y razonable, pero sufre. Lo hace cada día desde que la esclerosis múltiple se hizo dueña de su cuerpo y lo encerró preso en él. La enfermedad se le diagnosticó diez años atrás y Luis ha vivido muy consciente su enfermedad; luchando por seguir adelante hasta que hace tres años quedó postrado en una cama. Comprueba cada día cómo se deteriora su cuerpo y se escapa a su control. Le cuesta respirar y tiene que parar cada pocos segundos para coger aire cuando intenta conversar y expresar su justificada petición. Por las noches necesita respiración asistida o se asfixiaría. El estremecedor pronóstico revela la pérdida de la palabra, una traqueotomía y poco después la inmovilidad absoluta hasta el momento de su muerte. Soporta dolor todos los días a pesar de los numerosos analgésicos. En definitiva, sufre, y mucho cada día. La muerte no es un acto de cobardía, es el sedante final, una amiga que llegados a este punto libera a la persona de un sufrimiento inhumano; la paz y el descanso merecido.

Ha decidido completamente cuerdo y con argumentos indiscutibles que no quiere continuar con semejante sufrimiento. A través de la página “Change.org” ha capitaneado valientemente una recogida de firmas por la legalización de la eutanasia. Países como Suiza ya la aplican, y personas como Luis pueden abandonar este mundo rodeados de su gente con el cariño y el amor de los suyos. Es hora de abrir la mente y olvidar obsoletos estereotipos y falsas y dolorosas morales que solo conducen a perpetuar el sufrimiento de las verdaderas víctimas de este despropósito, los enfermos terminales. Lamentaba Luis, sabedor de que cualquier propuesta de ley por recogida de firmas necesita un año para su aprobación en el Congreso de los Diputados, no ver en vida la ley aprobada, pero si se mantiene firme es porque un buen legado sería que ningún enfermo terminal que lo desee tuviera que seguir sufriendo un infierno por negativas de quien sentado en su sillón, o tomando una cerveza con los amigos, trata de manera banal un tema que no le afecta de forma personal.

La dignidad de la persona no entiende de razas, religiones ni culturas. Y lo más importante, de ideales políticos ni de intenciones de votos. La decisión ha de ser tan personal como el sufrimiento que padece.

Familiares y amigos de Luis apoyan y colaboran difundiendo numerosas intervenciones suyas en distintos medios de comunicación, cuyos enlaces añado al final de este artículo.  En ellos, el protagonista de la entrada reclama lo que por derecho le pertenece: SU VIDA.

Firma y difunde. Mañana puedes ser tú.

 

https://www.facebook.com/tedoymipalabra/videos/1432621330093486/

 

http://play.cadenaser.com/audio/001RD010000004573348/

http://www.lasexta.com/noticias/sociedad/soy-luis-marcos-reivindico-derecho-poder-morir-dignamente-lucha-enfermo-esclerosis_20170516591aad3f0cf2a1da4834b8b7.html

 

 

PUERTO DE NAVACERRADA-MONTÓN DE TRIGO

 

IDA: PUERTO DE NAVACERRADA-CAMINO SCHMIDT-COLLADO VENTOSO-PUERTO DE LA FUENFRÍA-CERRO MINGUETE-MONTÓN DE TRIGO.

VUELTA: MONTÓN DE TRIGO-PUERTO DE LA FUENFRÍA-CAMINO SCHMIDT-PUERTO DE NAVACERRADA.

DESNIVEL TOTAL ACUMULADO: 500M

DISTANCIA RECORRIDA: 14,5 KM (IDA Y VUELTA).

TIEMPO EMPLEADO: 4H30M (SIN PARADAS Y A BUEN RITMO).

La ruta comienza en el Puerto de Navacerrada (1858m), donde se puede estacionar el vehículo en un parquin habilitado para ello. (Todavía y por poco tiempo es gratuito). Crucé la carretera dejando a mi espalda la carretera a Cotos y la pista a Bola del Mundo para dirigirme dirección El Telégrafo. Continué por la pista asfaltada unos 300 metros hasta que aparece una valla que protege una pista para aficionados al esquí. Cuando vi de frente el cuartel militar del aire «Los Cogorros», giré a mi izquierda rodeando la valla mencionada y enfilé el Camino Schmidt. (Bien señalizado). El camino comienza con un leve descenso que se mantiene a lo largo de todo su recorrido, pues termina en el Puerto de La Fuenfría a menor altura (1796m). (62m de desnivel para ser exactos).

Camino Schmidt

No desviarse en las numerosas salidas que salen a la izquierda, los primeros ascienden al mirador camino de Siete Picos por la cresta y un par de ellas más adelante enlazan con una ruta opcional a media altura que bordea los Siete Picos por su cara segoviana.

Una hora después, entre bosques y arroyos de cuento, un cartel indica un desvío a Collado Ventoso, rodeo que realicé gustoso pues la zona lo merece. (Continuando por el Camino Schmidt, en otra media hora llegas al puerto de la Fuenfría directamente). En unos minutos alcancé Collado Ventoso, una preciosa pradera con pinos centenarios. Lugar estupendo para un descansito y un trago de agua, con excelentes vistas al último de los Siete Picos. Seguí recto coronando una loma que ya permite ver mi destino y la ruta a seguir por el Cerro Minguete y caminos evidentes hacia Montón de Trigo.

A la izquierda camino al Cerro Minguete. A la derecha Montón de Trigo.

Esta ruta me obliga a descender unos 20 minutos hasta el Puerto de la Fuenfría por un camino poco transitado y pedregoso, pero bien señalizado por los característicos hitos de piedra.

Puerto de la Fuenfría

Prosigo enfilando la durilla ascensión al Cerro Minguete (230m de desnivel) viendo acercarse mi objetivo poco a poco. Antes de alcanzar el cerro, existe la opción de encaminarse por una senda diagonal que ataja hasta la base de Montón de Trigo directamente. La senda es algo incómoda con un par de pasos entre piedras y tramos con arbustos que bloquean el camino. Nada del otro mundo, pero allá cada uno.

Las fotos de rigor en la base, pues las vistas lo merecen y, sin miramientos, a por la cumbre. 150 metros de desnivel me separaban de la cima de la mole rocosa.

Collado y Cerro Minguete al fondo.

Señalada por hitos de piedra (ojo no desviarse a la izquierda por la senda que continúa al Pico del Oso) hasta la mitad de la pared, nos encontramos con diferentes opciones y sendas, todas factibles en el último tramo y el más inclinado. Un esfuerzo final y las excelente panorámica que se divisa compensa la caminata. Alcanzas a ver perfectamente la Cuerda Larga, Bola del Mundo, Peñalara, Dos Hermanas, Mujer Muerta, Segovia, La vertiente de Madrid, los bosques de Valsaín, San Ildefonso, etc.

Cumbre.

Un poco de fruta y un buen trago de agua y tras disfrutar unos minutos de la merecida cumbre toca descender.

Panorámica. desde la cumbre

Cúmulos nubosos comenzaban a amenazar y no me apetecía llegar empapado al coche, así que apreté el paso y en 40 minutos me planté en el Puerto de la Fuenfría.

Cuerda Larga, Maliciosa y Siete Picos desde la cima de Montón de Trigo.

En esta ocasión evité la diagonal y recorrí el collado hasta la cima del Cerro Minguete y bajé por la normal, algo más larga, pero más cómoda y rápida. Viendo que barruntaba tormenta, decidí volver por el Camino Schmidt por el mismo motivo.

Montón de Trigo desde cerro Minguete.

Cuando superé la fuente, donde reponer agua si es necesario, tomé el camino más ancho a la derecha hasta que los círculos amarillos pintados en los árboles me confirmaron que pisaba el camino elegido.

A partir de ahí y siguiendo estas señales, lo difícil es perderse.  Algunas gotas cayeron, pero conseguí llegar al parquin minutos antes del diluvio.

El que subscribe.

 

 

 

 

 

ATENTADOS DE FALSA BANDERA

En los tiempos que corren, ya es habitual el bombardeo mediático en los medios de comunicación donde diferentes atentados y operaciones paramilitares y terroristas nos erizan el vello corporal ante la crueldad de sus actos. El fallecimiento de cientos de personas, (donde las mujeres y los niños se llevan la palma), la destrucción de colegios y hospitales y todo tipo de atrocidades, ya sean decapitaciones o torturas varias, duelen y remueven conciencias. Seguir leyendo ATENTADOS DE FALSA BANDERA

¡A LAS ARMAS!

 

Fue una flota británico-holandesa, la que en 1703, del lado de los austracistas en la guerra de Sucesión, consiguió tomar Gibraltar asediando la ciudad. Los valientes españoles resistieron estoicamente en menor número y con escasa munición y artillería. Los desbordados soldados se dieron por vencido cuando el enemigo decidió tomar de entre los rehenes a mujeres y niños, diezmando la moral de los nuestros.

Y así, en repetidas ocasiones, nuestra España, damnificada con la pérdida de Gibraltar, ha intentado en vano recuperar un peñón que nunca debió entrar en las condiciones de paz del Tratado de Utrecht en 1713.

Se aceptó entonces que la propiedad del territorio fuese por siempre de los ingleses, pero bajo jurisdicción española, y con una serie de condiciones que ignoran sabedores nuestros “amigos europeos”.

De un modo u otro, aprovechando la decadencia del imperio español a favor de la gloria de los británicos, decidieron pasarse por el forro, y perdón por la expresión, lo acordado en dicho tratado; ampliando su pequeña conquista en varias ocasiones ocupando terreno español en unos casos y neutral en otros. En pleno siglo XX levantaron una barrera fronteriza y un aeropuerto en el Istmo, zona no reconocida por el estado español como británica.

Ahora recuerdo la frase: “cuando seas padre, comerás huevos”. Pues debe ser que aún no nos toca, y que nos guste o no, el poder de influencia de los ingleses prevalecerá al de los acuerdos y tratados; por lo que la contienda por el peñón continúa en punto muerto ante la pasividad de los agentes europeos a los que España reclama una y otra vez se cumpla lo acordado en el tratado de Utrecht y en lo referente a la descolonización desde Naciones Unidas.

Debo recordar, que Gibraltar queda excluida de la unión aduanera de UE y de la política agraria común, sin destinar ningún ingreso de aduana a la UE y, lo más importante, y por lo que resulta ser un paraíso fiscal en la sombra que nadie se atreve a condenar: exento del IVA.

Con pocos más de 33000 habitantes, recoge más de 80000 empresas según departamentos policiales, y 20000 según las autoridades gibraltareñas. El caso es que cada año 1000 más se unen a la fiesta de la roca, donde el contrabando y el menudeo son el pan nuestro de cada día.

FUTURO INCIERTO

Una extraña sensación de precipitación de acontecimientos me martillea cada vez que las noticias, siempre pesimistas, anuncian a diario en Europa el alza de los nacionalismos, cierta debilidad de los países democráticos, graves crisis económicas y, sobre todo, el auge del fascismo. Estas fueron las razones, según un nutrido grupo de historiadores,  que provocaron la Primera Guerra Mundial, siendo la segunda una horrible consecución de lo que quedó sin resolver de la primera. (Perdón por el trabalenguas).

Creo que no aprenderemos. Yo soy de la generación de los afortunados; privilegiados, diría mejor, que hemos nacido y crecido sin sufrir los efectos directos de una guerra y las devastadoras consecuencias de la posguerra. No necesito vivir en mis carnes lo que tan documentado se muestra en todo tipo de formatos y al alcance de cualquiera que quiera ver las atrocidades que el ser humano es capaz de cometer por el poder, o por incomprensibles radicalismos territoriales, socio-políticos y religiosos.

No soy amigo de los típicos tópicos, pero parece que la historia se repite y con la venda en los ojos no queremos ver lo que parece avecinarse sin remedio aparente. Desde Estados Unidos, potencia mundial y garante en la OTAN de la seguridad de los países firmantes, el giro de ciento ochenta grados en política internacional que el energúmeno de Trump ha generado es cuanto menos preocupante. El crecimiento de la ultra derecha en Francia, Austria, Italia y Alemania es alarmante. Todo ello agravado con una crisis de refugiados sin resolver que descubre las vergüenzas de los socios de la Unión Europea, incapaces de dar solución a un drama sin paliativos.

Las diferencias socioculturales de países como Turquía son un escollo para una posible consolidación de una U.E. , que se desquebraja haciendo aguas en asuntos primordiales para la deseada unificación y defensa de los valores comunes. El brexit tampoco ayuda, y pone de manifiesto que cada cual, y perdón por la expresión, se lame su rabo.

Por otro lado, la cruenta guerra a cuenta gotas que los radicales terroristas yihadistas van zurciendo, consigue minar la paciencia y vulnerar la sociedad de bienestar a la que estamos acostumbrados. Como una mosca cojonera, consiguen su propósito desestabilizando la sociedad occidental y su forma de vida. También poco a poco suman adeptos a sus filas provocando una estudiada islamofobia
 con cada objetivo en sus asesinatos y actos terroristas.

Nada anima a pensar que en los años venideros prime la cordura, el entendimiento y la razón. Aunque no debe sorprendernos; nunca ha sido así.

Intentando ser optimista, me quedo sin argumentos para defender otra idea que no sea el inevitable enfrentamiento que habrá de llegar más pronto que tarde.

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