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SOY

Y descubro lo que soy.

Y encuentro en mí un poco de ti. Un poco de todos aquellos que de una u otra forma se han involucrado en el devenir de mi vida a lo largo de los años.

Y de cada experiencia que ha dejado profunda huella esculpiendo mi alma, mi filosofía, mi sentir…

De cada pedazo de roca que he escalado; de cada cumbre ascendida, y de las gotas de sudor que regaron el camino.

De cada país visitado…

Soy, un poco de cada cultura conocida. De cada nuevo amigo que me mostró gratuitas formas de ser feliz, de vivir…

De cada beso de amor; de cada abrazo sincero; de cada caricia sentida. De las personas que fueron y se esfumaron. De las que están…siempre.

Soy un poco de cada nuevo amanecer.

De mis manuscritos, cuentos, novelas y rimas…

Un poco de lo que estudié; de lo que el trabajo, tan cercano y humano, despierta en mí cada jornada.

Un poco de mi familia y sus desventuras.

Soy un poco de decenas de melodías; de ritmos grabados a fuego en lo más íntimo de mi memoria.

Soy un poco de todas esas pequeñas cosas. Siempre dispuesto a seguir creciendo, aprendiendo, compartiendo, experimentando.

Soy.

LAS ETAPAS DE LA VIDA

Cristian Galindo es un joven mexicano de veintisiete años que recogí en mi vehículo regresando de La Coruña. Su siguiente destino era León, por lo que compartimos unos doscientos cincuenta kilómetros hasta Astorga. Durante el recorrido disfrutamos de una amena y enriquecedora conversación.

Terminado el Camino de Santiago, el viajero mexicano quería llegar a León, visitar Burgos, Santander y volar a Edimburgo para recorrer Escocia.

Ingeniero industrial, decidió abandonar su puesto de trabajo en Barcelona y experimentar en soledad el viaje que ha de marcar las pautas que definirán su destino. Enseguida conectamos y comprobamos atónitos que no solo éramos tocayos en el nombre, también en obra y pensamiento. Me impresionó su madurez y claridad de conceptos; priorizando con sabiduría sobre lo realmente importante de la vida, dejando atrás con cada paso todo aquello que creía necesitar para vivir. Comprometido con un mundo caótico y con pocas expectativas de futuro, la esperanza de jóvenes como Cristian encienden la llama de la esperanza en mi ya resignada y misántropa teoría sobre la involución del ser humano.

De entre los muchos asuntos que abordamos, me interesó especialmente su teoría sobre las cuatro etapas de la vida.

Según él, la primera comprendería desde el nacimiento hasta los veinte años de edad, donde de la mano de nuestros progenitores hemos de formarnos, terminar unos estudios que nos permitan encarar el mundo desde una mínima base de conocimiento; probar, reír, divertirse, saltar al vacío del entusiasmo y dar rienda suelta a la energía que solo la adolescencia te brinda.

La segunda, desde los veinte a los cuarenta, debe ocuparse en reinventarse; es decir: una vez la base te sostiene, indaga en la búsqueda personal. Descubre qué quieres en realidad; y lo más importante: lo que no quieres. Viaja, sobre todo viaja. Experimenta hasta saciar tus sentidos. Vence tus miedos, prejuicios; conócete a ti mismo y tu potencial y sienta los cimientos de la filosofía que definirá tu existencia.

En la tercera etapa, de los cuarenta a los sesenta, el equilibrio emocional, físico y espiritual que se habrá conseguido de las etapas previas fomentará vivir desde la experiencia, disfrutando de momentos que quieres, donde quieres y cuando quieres; porque sabes lo que necesitas y lo que te hace feliz. Tendrás la estabilidad que te lo permita, y las cosas, nunca más claras. La seguridad de los pasos por  dar y el conocimiento habrán de ser la gasolina que haga rugir a ralentí el motor hasta alcanzar la cuarta etapa, la que comprende de los sesenta a los setenta u ochenta.

La cuarta y última debería respetarse sobremanera. Los años dotan de sabiduría a las personas, pero inexplicablemente no nos interesa; incluso se cae en la ignorancia de subestimar el mundo interior que atesoran y todo aquello que pueden y deberían enseñar, inculcar, aconsejar tras toda una vida que, en muchas ocasiones, nunca creeríamos.

Cuando llegábamos a su destino, ya me veía reflejado en mi tocayo quince años atrás, y él me vio como su yo comenzando la tercera etapa.

Me despedí con un abrazo, convencido de que logrará lo que se proponga, pues ha conseguido atesorar grandes conclusiones y filosofías de vida a través de la enseñanza de sus propias experiencias, creándose preguntas que  responde buscando en lo más profundo de sí mismo siendo aún muy joven.

Mentes inquietas como la suya, quizá consigan salvar a la humanidad de su hasta ahora destructivo destino.