Recién caídos los cuarenta y cinco, como siempre en mi cumpleaños, lanzo un vistazo atrás. Es a partir de este día cuando, como hacen millones de personas en fin de año, hago memoria y analizo lo vivido y lo que quiero vivir.
Revuelvo entre los recuerdos de mi mente y recupero grandes momentos experimentados, disfrutados; solo o en compañía.
Me miro al espejo y soy quien siempre quise ser. Pasan los años, pero perduran las energías que me llevan en volandas a seguir en la búsqueda de lo que me inquieta; a mantener el pulso al cuerpo y seguir disfrutando de la escalada y la montaña; a dejarme llevar en esos irrepetibles momentos de conexión entre la mente y las letras; algunos lo llaman inspiración; preciosa palabra que nos ha llegado desde el helenismo y la cultura hebrea y que significa “recibir el aliento”. Me encanta.
Únicamente temo al olvido. Que
una vida basada en sentir de cerca, admirar la belleza a pie de valle, río o
cañón; esas cientos de horas de amenas conversaciones, sin duda enriquecedoras;
todas las cumbres alcanzadas, los sueños cumplidos…Que un día amanezca y una
vida entera se desvanezca exiliada en millones de células cerebrales que
decidan colgar la toalla y tomarse su merecido descanso.
Si algún día algo así ocurre, quiero que alguien me lea un cuento y me cuente mi vida.
Distorsión del razonamiento en
voces vacías de contenido y repletas de improperios; producto del odio
embrujado por la desconfianza adquirida; recuerdos carcomidos y podridas teorías
de conspiraciones inexistentes en sus mentes desatadas por la gota que colmó el
vaso.
Moisés se desespera cuando la
discusión se apodera del tiempo en una tarde que anuncia el otoño que ya llega.
Mira a Irene, que bañada en desasosiego, reproduce, intentando contener la ira,
lo que su cerebro ha concluido tras años de malos entendidos, reacciones
erróneas y falta de confianza.
Ambos intentan no perder la
compostura, pero no es fácil. Moisés sufre un nuevo “deja vu” de asuntos que a priori ya debieron ser sepultados años
atrás. De hecho, ni siquiera recuerda de lo que habla Irene. Más propio de su personalidad,
en su afán de sonreír a la vida, optimista da por zanjados lo problemas que en su momento
se tratan y borra los datos de su tarjeta de memoria cerebral. Pero Irene
parece no pasar página nunca, y anclada en sus razonamientos no cede ante argumentos
más que clarificadores; al menos, eso `piensa Moisés.
Irene, montada a caballo en su
verdad verdadera, hoy parece escuchar a Moisés, al menos eso quiere creer.
Ambos se acusan, reprochan y concluyen dispares realidades.
Ofuscado Moisés la mira confuso.
La quiere. De eso no hay duda. Pero cada día crece el desequilibrio en una
balanza que hasta ahora ha conseguido mantenerse equitativa. E intenta
averiguar si las cosas que los unen, son meritorias de continuar ante las que
los separa.
Irene, convencida de que Moisés
es el hombre de su vida, teme violentar demasiado las cosas y que su chico se
rinda un día ante las adversidades.
Ante encontronazos inevitables;
familia, amigos, trabajo…_Nadie dijo nunca que fuera fácil_, revolotean ideas
de liberación que solo se inhiben por una relación que tras diez años de alegrías
y penas, se ha consolidado con esfuerzo de ambas partes.
Moisés observa por la ventana cúmulos nubosos que se concentran anunciando una tormenta por llegar, y teme que algún día, tras ella, no llegue la calma.
Se acerca. La distingue a lo lejos. Su caminar es decidido, seguro; como sus ideas; siempre claras.
Como una brisa en el bochorno absoluto, aparece y disipa su ansiedad. Hace unos instantes que el amanecer lo sorprendió mirando el horizonte en busca de un futuro merecido, pero a la vez tan difuso como la neblina que da paso al alba. Su tono rosáceo le recuerda el rostro de su amada tras el placer acabado de sus escasos encuentros amatorios, cuando extasiada de placer solo sonríe y se abanica con la mano mientras intenta disimular el temblor de sus piernas.
Y no entiende que el regalo es
ella. Que la vida le sonríe desde que en su vida apareció como por casualidad
en una noche que nunca debió terminar.
-No creo en la casualidad-, le dijo. Y ella miró para otro lado no queriendo rebosar de esperanza.
Visitando el bello paraje de las Lagunas de Ruidera, en La Mancha de nuestro variopinto país, cual encantado por la musa que ha de acompañar a todo escritor, mis pasos me llevaron hasta un lugar que ha de ser de peregrinación para todos los amantes de las letras.
Encontré, o mejor dicho, me encontró
la villa olvidada, “ese lugar de la mancha” cuyo autor, de quizá la mejor de las novelas escritas en varios
siglos, nunca quiso recordar, y que sigue siendo hoy en día la representación
del mejor castellano en todo el mundo.
Ese lugar de La Mancha, ha resultado ser Argamasilla de Alba. Una pequeña y pintoresca villa de la provincia de Ciudad Real, donde sus agradables vecinos presumen de conservar tal cual y desde el siglo XVII la cueva donde permaneció preso Don Miguel de Cervantes Saavedra.
Todos los indicios, documentos, e
investigaciones llevadas a cabo por los biógrafos más cervantinos del planeta, han llegado a la conclusión de que en la Cueva
de Medrano, comenzó Cervantes el mundialmente conocido libro El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.
Aunque justificada su prisión por
recibir pagos infructuosos o velados de índole tributaria, se sabe que el
verdadero motivo de la pena no fue otro que un lío de faldas de nuestro Miguel
con la hija de quien no correspondía. Bendita sea la buena moza que pudo
enamorar a nuestro célebre y universalmente conocido Cervantes, que de este
modo nació en la privilegiada imaginación del autor las aventuras del Hidalgo
Don quijote; una de las mejores obras de la historia de la literatura.
No adelantaré más información, invitando a todo buen lector y escritor a sentarse, como hizo quien subscribe, en el mismo lugar donde con pluma, tinta y el mejor de los ingenios, lo hiciera entonces Cervantes en su azorada prisión. Antes lo hicieron eminencias como Azorín, Rubén Darío…; y posteriormente otros grandes de las letras, como Vargas Llosa; en la idea de buscar esa inspiración divina que a Cervantes le llegó desde las roca blanca de la cueva, el tragaluz y los túneles que la completan, soñando con ser el menda, algún día, un visitante de los que permanezcan en tan sublime museo fotografiado por sus logros literarios.
No puedo despedir esta entrada
sin agradecer a Charo, guía del museo y entusiasta cervantina su agradable
conversación, conocimientos y pasión por su trabajo y el de Don Miguel de
Cervantes.
Cumpliré la promesa de regresar a
“El
Lugar de La Mancha” a completar la visita.
_ ¡Sanguijuela emocional! ¡Eso es lo que eres! ¡Me repugna tu presencia!
Tras escuchar esto, Imanol
contuvo el aliento. Desmoronado intentaba dilucidar qué había ocurrido para que
lo que había comenzado como un fin de semana prometedor, terminase de tal modo.
Con la mirada, suplicó clemencia sin saber por qué, ni qué podía provocar un
odio tan enquistado y dañino en el amor de su vida; pero ella contuvo la
mirada. Inyectados en sangre, sus ojos no pestañeaban y no tardó en escupir su
ira.
_Ya
tienes lo que querías. Ahora podrás tirarte a todas esas amigas que dices tener.
No te quiero volver a ver.
_No
entiendo…
_
¡Vete a la mierda cretino!_ interrumpió en un grito._ ¡Vete de mi casa!
_Por
favor. Podemos hablar sin gritar. Tranquilízate y dime qué es lo que ocurre. No
entiendo nada._ Desesperado Imanol intentaba que Sofía entrase en razón. Que se
explicase sin insultos.
_
¡Esto es lo que pasa!_ Y le tiró su móvil desde el otro lado del salón.
_
¿Has mirado mi teléfono? ¿Es eso?
Lo
había hecho mientras Imanol se duchaba.
Imanol
consultó el móvil y encontró la respuesta que anhelaba. Enseguida comenzó a reír
a carcajadas. Sofía presa de la ansiedad
comenzó a lanzar todo lo que encontraba a su alcance. Cojines, un cenicero, el
pienso del gato…
_Te
está bien empleado. Por desconfiada. ¿Qué te hace creer que puedes consultar mi
teléfono? Has invadido mi privacidad. El espacio que solo a mí me corresponde.
_
¿Quién es esa Adriana?_ Las dudas comenzaban a inquietar a Sofía, que temía
haber metido la pata.
_No debería decírtelo_ interpeló
ahora más tranquilo Imanol, mientras se secaba el pelo.
Sofía
frunció el ceño. Pero la pasividad de Imanol la desconcertaba. Lo había leído
diez veces antes de enfurecer y descubrir que había sido traicionada por su
novio. Más calmada preguntó deseosa por obtener respuestas.
_
¿Quién es Adriana? ¿De qué te ríes? ¿Te parece gracioso?
Pero
Imanol se hacía de rogar.
_
¿Cómo me has llamado? ¡Ah sí! Sanguijuela emocional. No debería responder. No
te lo mereces. Tus celos son enfermizos y tu actitud la de una adolescente.
Sin
saber qué decir, Sofía se sentó en el sofá esperando que Imanol de una vez por
todas despejara sus dudas. Este se lo tomó con calma. Se despojó de la toalla
que cubría su musculado cuerpo y se aproximó a Sofía.
_Adriana
es mi ahijada_ Sofía enrojeció._ La estoy ayudando con un trabajo del
instituto. La ayudo a corregir versos de una poesía que tiene que entregar
antes del lunes.
_No
me habías dicho que tuvieras una ahijada._ Sonó a disculpa.
_Llevamos
dos meses juntos. Casi no sabemos nada el uno del otro. Pero si cotilleas mi teléfono a la menor ocasión, ¿qué
puedo esperar de ti de ahora en adelante?
Sofía
se derrumbó.
_Perdona_
dijo al fin. Me he precipitado. Lo siento.
Se
incorporó del sofá y abrazó a Imanol. Comenzó a besarlo hasta que este se
excitó. Sofía se desnudo rápidamente y sobre el sofá dieron rienda suelta a su
amor descargando adrenalina acumulada por la tensión previa. Ella quedó profundamente
dormida.
Imanol
aprovechó para enviar un mensaje a Adriana.
» _No vuelvas a mandarme esos mensajes al móvil. Mañana te llamo y te explico. Estoy deseando volverte a ver. Me vuelves loco.-«
Si piensa en ello, peor; no pensar un imposible cuando se tratar de amar.
Y entre dires y diretes los segundos se hacen años y su carga una lucha en constante dualidad.
Como vientre de alquiler se vende al deseo, al sentimiento agradable de su compañía, a la inviolable atracción de sus cuerpos que se erizan en contacto y lamentan el deseo inacabado.
Moran en sus sueños otras vidas relativas, otros mundos que reales se les hacen placenteros.
Que en sus noches hay más lunas y los soles no se ocultan hasta el día de llorar. Y así resurgen en vena, licuando sus miradas en encuentros siempre cortos y en despedidas siempre eternas, infusiones de moral.
En el intento de sacar partido del segundo, de cada instante… En mi reiterado compromiso con la felicidad, observo y freno mi ira. Si procede la aparco a un lado, cerca del sentido de la justicia y recapacito. Y sonrío a la vida si me tienta. Decía Buda que enojarse nubla el juicio y alimenta tempestades. Seguir leyendo «SE ME VA LA VIDA»→
Viene de VIENTOS II http://blog.vientoscardinales.com/vientos-ii/
Todos los Jefes de Estado del mundo se reunieron de urgencia para intentar encontrar una solución para el problema más grave de supervivencia al que se enfrentaba el ser humano. Seguir leyendo VIENTOS III (RELATO FINAL)→
Escuché una tertulia compuesta por antropólogos, escritores y periodistas, que me invitó a reflexionar hacia lo que Juan José Millás denominó “realidades inventadas”; aquellas por la que según diferentes antropólogos, el ser humano ha sido capaz de reunirse en grupos numerosos de personas y ser capaces de gestionar una sociedad como la que hoy conocemos.
Si cualquiera de nosotros cree que algo existe, lo da credibilidad; si lo hacen miles de personas se convierte en verosímil, pero si son millones, se trata de una realidad contrastada, pero virtual y efímera; me explico:
Una montaña, el mar o la lluvia existen creamos en ello o no. Pero… ¿existe Amazone?, ¿y Google? Pues depende de la credibilidad que demos a estas realidades inventadas. Si todos dejamos de creer en Amazone, nadie compraría, y desaparecería. Si nadie creyera en el buscador Google, dejaría de existir.
Dicho esto, si lo extrapolamos a algo tan mundialmente reconocido como la existencia de un Dios, tenemos que: si la humanidad dejara de creer en Dios, efectivamente Dios desaparecería de la vida del hombre. La creencia en un ser, ente, un todo, etc., ha sido capaz de unificar en una dirección a millones de personas con una meta única y universal. La realidad inventada de un todo poderoso que explica nuestra existencia y al que delegar nuestra curiosidad existencial, dota de paz a unos, y de motivos para justificar diferentes estilos de vida o actuaciones, según cultura, sociedad y demás, a otros.
Tras el Concilio de Nimea, allá por el siglo IV, constituido en la idea de unificar el cristianismo e intentando resolver por fin las diferencias ideológicas acerca de la relación Padre e hijo, y donde se acordaron las bases de la religión cristiana que hoy conocemos, dotaron de razón, por mayoría, a los que al credo se debían en detrimento de los arrianos. De este concilio salieron veinte nuevas leyes denominadas “Cánones” (por cierto, no tienen desperdicio).
Pues el emperador romano Constantino I, que participó y promocionó el concilio, fue el que tuvo la gran idea de legalizar el cristianismo en el mundo romano tras el mismo. La expansión fue impresionante. No existían las redes sociales ni la globalización, pero en cuestión de años, millones de personas se encomendaron al Dios cristiano y abrazaron su fe. Centenares de conflictos en el vasto imperio romano finalizaron. Todos los dioses romanos antiguos, adaptaciones de los griegos, como Júpiter, Neptuno, etc.; o venidos del mundo asiático, como Mithra (Sol Invicto), poco a poco fueron olvidados por los hombres, y digo bien, pues las mujeres, hasta el concilio, estaban exentas de culto, terminando por dejar de existir. Dioses que durante cientos de años y para millones de personas eran reales, verdaderos e irrefutables.
Da que pensar, ¿verdad?
¿Y si dejamos de creer en los bancos?, o en el liberalismo, el patriotismo, el libre mercado, los combustibles fósiles, la comida basura…
Se me ocurren al mismo tiempo realidades por inventar que cambiarían el mundo. ¿Y a vosotros?
Salta de la cama incorporándose un día más al ajetreado rumbo que marca su frenética vida. Mientras se ducha, repasa mentalmente las citas y tareas pendientes de hoy: tres reuniones con proveedores, cobrar a dos morosos que ignoran sus repetidas misivas, regar y cortar el césped de cuatro parcelas… Abre los ojos bajo el flujo de agua que, abundante y ardiendo, riega su nuca. Mira su abdomen, flácido y redondo. Ha cogido peso y lo lamenta; prometiéndose controlar la dieta y hacer algo más de ejercicio, sale y se enfunda en el albornoz. Su pareja hace una par de horas que llevó a sus dos hijos al colegio, para lograr entrar a la hora en el supermercado donde se gana la vida tras el mostrador de una pescadería. Él abrió una empresa de jardinería dos años atrás, por lo que todavía no puede delegar ciertas obligaciones, sobre todo administrativas. Así que, tras las duras mañanas de trabajo físico, emplea las tardes en ordenar y clasificar todo tipo de documentos en una minúscula mesa de escritorio, junto a la del salón comedor.
Oscurece.
Le toca sacar al perro; así lo tiene acordado con su pareja. Un día cada uno. Casi nunca le apetece, pero esa noche necesita aire fresco. El frío arrecia en el pequeño pueblo de la sierra madrileña donde residen. Se calza unas botas de montaña y cubre su calvo cuero cabelludo con un gorro de lana, el último regalo de reyes. El perro alterado y deseoso por corretear brinca intranquilo. En la calle, el silencio de la noche solo es rasgado por un sibilino viento helado que reciben dueño y perro por sorpresa. Él libera el mosquetón del collar del animal que, disparado, se dirige a la zona arbolada que por fortuna puede disfrutar frente a la vivienda. Más allá, el pantano que riega la zona comienza a recuperarse tras las lluvias de las últimas semanas. Recoge sus manos en los bolsillos de la cazadora, pues los dedos piden clemencia. Bajo cero, su aliento es vapor que se difumina en la noche. Camina rutinariamente por una estrecha senda que atraviesa el bosque y muere en la orilla del lago. Allí se detiene. El perro va y viene sin dejar de correr, consciente de que pronto volverá a permanecer encerrado entre las cuatro paredes donde comparte piso con sus amigos humanos. Por las mañanas, las salidas son mero trámite de cinco minutos para relajar esfínteres y poco más. De pie, sobre la fina arena empapada, Marcos, gracias a la esplendida luz de una luna casi llena, ve su rostro reflejado. Muestra el cansancio acumulado, arrugas que anuncian la madurez que nunca se desea alcanzar cuando se acerca. Ensimismado en el haz de luz que el satélite refleja sobre el agua, su mente comienza a viajar lejos. Intenta convencerse a sí mismo. Es dueño de una empresa de jardinería, quiere a su mujer, adora a sus dos hijos y vive en un precioso adosado en el pulmón de la gran capital de España. Busca su mirada en el agua cristalina. Parece preguntarle si el feliz. Nunca se atreve a hacerse esa pregunta. Parece tener todo lo que anhelaba años atrás…Se sienta sobre el tronco caído y seco de lo que fue un árbol antes de la gran nevada del año anterior. Una lágrima recorre su mejilla, parece que el frío ralentiza su recorrido, pero finalmente la gravedad vence y se une a la tierra mojada. Entonces lo entiende; él no es más que una gota de agua en un enorme pantano artificial que lo mantiene seguro, protegido, pero aislado del resto de un mundo que se le antoja inalcanzable. Se debe a sus compromisos, a la hipoteca de su hogar, el mismo que lo somete al yugo de la servidumbre que supone un nivel de vida innecesario, pero aparente y lúdico. No recuerda la última vez que corrió sin preocupaciones por una pradera; que viajó sin rumbo fijo en búsqueda de aventuras, de conocimiento real, el que se experimenta desde lo cercano y humano. No recuerda el abrazo sincero de un amigo, ni el amor incondicional, como el que le une a sus hijos. Decenas de lágrimas invaden su rostro, que ajado por la realidad de una existencia efímera, limpian su mente obtusa y adoctrinada.
Como secuestrado por un ente superior, se despoja de la ropa que dobla y coloca junto a él, sobre el tronco. El perro, ahora sentado a su vera, lo observa sorprendido. Desnudo, avanza por las gélidas aguas próximas a la congelación. No pestañea. El perro ladra, y Marcos, flotando horizontal, con la luna observando sus movimientos, se deja mecer por la corriente, pantano adentro.
Seis años después.
Cada noche, el perro recorre la senda que desciende hasta la orilla del pantano. Ahora es Ainhoa la que saca a diario a pasear al perro. Nunca entendió lo ocurrido. Junto al tronco, ya carcomido, donde encontró la ropa doblada de Marcos se sienta y llora. El perro la mira, quiere decirla: se fue por allí, el haz de luna se lo llevó pantano adentro. Ella ve su reflejo en el agua; la luna, casi llena, aporta su luz, más plateada y poderosa cuanto más se pierde hacia el centro del lago. Su mente comienza a viajar cuando su terso rostro se refleja ondulante en al agua, a sus pies. Parece preguntarla si es feliz…