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REALIDADES INVENTADAS

 

 

Escuché una tertulia compuesta por antropólogos, escritores y periodistas, que me invitó a reflexionar hacia lo que Juan José Millás denominó “realidades inventadas”; aquellas por la que según diferentes antropólogos, el ser humano ha sido capaz de reunirse en grupos numerosos de personas y ser capaces de gestionar una sociedad como la que hoy conocemos.

Si cualquiera de nosotros cree que algo existe, lo da credibilidad; si lo hacen miles de personas se convierte en verosímil, pero si son millones, se trata de una realidad contrastada, pero virtual y efímera; me explico:

Una montaña, el mar o la lluvia existen creamos en ello o no. Pero… ¿existe Amazone?, ¿y Google? Pues depende de la credibilidad que demos a estas realidades inventadas. Si todos dejamos de creer en Amazone, nadie compraría, y desaparecería. Si nadie creyera en el buscador Google, dejaría de existir.

Dicho esto, si lo extrapolamos a algo tan mundialmente reconocido como la existencia de un Dios, tenemos que: si la humanidad dejara de creer en Dios, efectivamente Dios desaparecería de la vida del hombre. La creencia en un ser, ente, un todo, etc., ha sido capaz de unificar en una dirección a millones de personas con una meta única y universal. La realidad inventada de un todo poderoso que explica nuestra existencia y al que delegar nuestra curiosidad existencial, dota de paz a unos, y de motivos para justificar diferentes estilos de vida o actuaciones, según cultura, sociedad y demás, a otros.

Tras el Concilio de Nimea, allá por el siglo IV, constituido en la idea de unificar el cristianismo e intentando resolver por fin las diferencias ideológicas acerca de la relación Padre e hijo, y donde se acordaron las bases de la religión cristiana que hoy conocemos, dotaron de razón, por mayoría, a los que al credo se debían en detrimento de los arrianos. De este concilio salieron veinte nuevas leyes denominadas “Cánones” (por cierto, no tienen desperdicio).

Pues el emperador romano Constantino I, que participó y promocionó el concilio, fue el que tuvo la gran idea de legalizar el cristianismo en el mundo romano tras el mismo. La expansión fue impresionante. No existían las redes sociales ni la globalización, pero en cuestión de años, millones de personas se encomendaron al Dios cristiano y abrazaron su fe. Centenares de conflictos en el vasto imperio romano finalizaron. Todos los dioses romanos antiguos, adaptaciones de los griegos, como Júpiter, Neptuno, etc.; o venidos del mundo asiático, como Mithra (Sol Invicto), poco a poco fueron olvidados por los hombres, y digo bien, pues las mujeres, hasta el concilio, estaban exentas de culto, terminando por dejar de existir. Dioses que durante cientos de años y para millones de personas eran reales, verdaderos e irrefutables.

Da que pensar, ¿verdad?

¿Y si dejamos de creer en los bancos?, o en el liberalismo, el patriotismo, el libre mercado, los combustibles fósiles, la comida basura…

Se me ocurren al mismo tiempo realidades por inventar que cambiarían el mundo. ¿Y a vosotros?

 

LAS ETAPAS DE LA VIDA

Cristian Galindo es un joven mexicano de veintisiete años que recogí en mi vehículo regresando de La Coruña. Su siguiente destino era León, por lo que compartimos unos doscientos cincuenta kilómetros hasta Astorga. Durante el recorrido disfrutamos de una amena y enriquecedora conversación.

Terminado el Camino de Santiago, el viajero mexicano quería llegar a León, visitar Burgos, Santander y volar a Edimburgo para recorrer Escocia.

Ingeniero industrial, decidió abandonar su puesto de trabajo en Barcelona y experimentar en soledad el viaje que ha de marcar las pautas que definirán su destino. Enseguida conectamos y comprobamos atónitos que no solo éramos tocayos en el nombre, también en obra y pensamiento. Me impresionó su madurez y claridad de conceptos; priorizando con sabiduría sobre lo realmente importante de la vida, dejando atrás con cada paso todo aquello que creía necesitar para vivir. Comprometido con un mundo caótico y con pocas expectativas de futuro, la esperanza de jóvenes como Cristian encienden la llama de la esperanza en mi ya resignada y misántropa teoría sobre la involución del ser humano.

De entre los muchos asuntos que abordamos, me interesó especialmente su teoría sobre las cuatro etapas de la vida.

Según él, la primera comprendería desde el nacimiento hasta los veinte años de edad, donde de la mano de nuestros progenitores hemos de formarnos, terminar unos estudios que nos permitan encarar el mundo desde una mínima base de conocimiento; probar, reír, divertirse, saltar al vacío del entusiasmo y dar rienda suelta a la energía que solo la adolescencia te brinda.

La segunda, desde los veinte a los cuarenta, debe ocuparse en reinventarse; es decir: una vez la base te sostiene, indaga en la búsqueda personal. Descubre qué quieres en realidad; y lo más importante: lo que no quieres. Viaja, sobre todo viaja. Experimenta hasta saciar tus sentidos. Vence tus miedos, prejuicios; conócete a ti mismo y tu potencial y sienta los cimientos de la filosofía que definirá tu existencia.

En la tercera etapa, de los cuarenta a los sesenta, el equilibrio emocional, físico y espiritual que se habrá conseguido de las etapas previas fomentará vivir desde la experiencia, disfrutando de momentos que quieres, donde quieres y cuando quieres; porque sabes lo que necesitas y lo que te hace feliz. Tendrás la estabilidad que te lo permita, y las cosas, nunca más claras. La seguridad de los pasos por  dar y el conocimiento habrán de ser la gasolina que haga rugir a ralentí el motor hasta alcanzar la cuarta etapa, la que comprende de los sesenta a los setenta u ochenta.

La cuarta y última debería respetarse sobremanera. Los años dotan de sabiduría a las personas, pero inexplicablemente no nos interesa; incluso se cae en la ignorancia de subestimar el mundo interior que atesoran y todo aquello que pueden y deberían enseñar, inculcar, aconsejar tras toda una vida que, en muchas ocasiones, nunca creeríamos.

Cuando llegábamos a su destino, ya me veía reflejado en mi tocayo quince años atrás, y él me vio como su yo comenzando la tercera etapa.

Me despedí con un abrazo, convencido de que logrará lo que se proponga, pues ha conseguido atesorar grandes conclusiones y filosofías de vida a través de la enseñanza de sus propias experiencias, creándose preguntas que  responde buscando en lo más profundo de sí mismo siendo aún muy joven.

Mentes inquietas como la suya, quizá consigan salvar a la humanidad de su hasta ahora destructivo destino.