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LO QUE DE VERDAD IMPORTA

En su azorado caminar no cabe un paso atrás. Sabe que es la única manera de no volver a caer en el olvido. Salir de la jaula que lo asfixia.

 Pero… ¿cómo?

Quiere volverse para mirar, pero no se atreve. El miedo se apodera de su mente y quisiera correr. Eso sería perder el control por completo y no se lo puede permitir.

Por fin vuelve la mirada tras sus pasos. El pasado se aproxima a gran velocidad. Cuanto más lo mira, más intenso y real se presenta un pasado digno de olvidar.

Sigue ahí, frente a él; observándolo divertido.

 Se arma de valor y grita:

                ̶ ¡Fuera de mi vista! ¡Te odio!

El pasado sonríe y se difumina sobre el asfalto.

Continúa  acelerando el paso.

Pero…

Al doblar una esquina vislumbra su futuro. Henchido por la victoria ante el pasado corre en su busca. Cierra los puños y aún más alto grita de nuevo confiado y deseando que así se aparte de su camino.

                ̶ ¡No te tengo miedo! ¡Muéstrate!

Pero no da resultado.

 Cuanto más corre, el futuro se presenta más inalcanzable. Crece en él la ansiedad por lo que el destino le tiene preparado. No se ve con fuerzas para enfrentarse a un futuro incierto. Lo quiere ya.

Rendido por el esfuerzo se detiene exhausto. El futuro no claudica, perdiéndose en la lejanía. Él preferiría esconderse en la capucha de la ignorancia, envolverse al abrigo de sus temores y no salir hasta vez la luz del sol brillar de nuevo.

  Nunca podrá alcanzarlo.  Necesita descansar. Cierra los ojos vencido a la evidencia; respira profundamente y  se queda  dormido.

Lo despierta una ráfaga de aire. Le ha acariciado el rostro. Cuando abre los ojos, el futuro asiente y lo coge de la mano. Entonces lo comprende.

No ha de adelantarse al futuro. Y el pasado, pasado está. Solo con sus recuerdos lo mantiene vivo. Presente. Esa es la respuesta.

 Es el presente y solo él importa. Por fin es libre.

 

EL COLGANTE

Se acercó curioso y precavido.

Con las puntas de los dedos acarició su gélido rostro, inerte. Imaginó su muerte, congelada en una de las cumbres más altas de la cordillera andina.

 Permanecía joven y hermosa. Conservaba un collar alrededor de su terso cuello. Nunca imaginó hacer cumbre y encontrar un cadáver a 6700 metros de altura, en una cima que creía sin coronar. Una montaña que los del lugar denominaban maldita.

Apartó la nieve con cuidado. El colgante era precioso; difícil resistirse al embrujo de sus colores; a veces ámbar, a veces turquesa. Parecía tener vida propia.

Lo tomó prestado en sentido homenaje a la joven alpinista. Lo dejaría a los pies de la montaña, en el hito mausoleo a los caídos en el intento. Cientos de ellos, a pesar de lo relativamente fácil que resultaba la ascensión.

Comenzó el descenso, pero el hielo bajo sus pies se desquebrajó. Cayó en una grieta sin fin, ahogando un grito desgarrador en el vacío y la oscuridad glacial.

El cadáver de la bella joven congelada sonreía.

 En su cuello brillaba de nuevo el colgante.

LA ESENCIA

Regresaba ofuscado de una dura jornada de trabajo. Algo intranquilo y disgustado por varios acontecimientos laborales y personales. Llegué a casa después de ocupar media mañana intentando resolver lo que a priori me resultaba de inmediata resolución.

La temperatura era agradable. Como siempre, las perrillas se me echaron encima para arrebatarme los malos pensamientos y devolverme a la realidad.

Me asomé al jardín, el mismo que después de varios años de duro trabajo he conseguido que sea un lugar agradable donde descansar y desconectar con las mejores vistas de la Sierra de Guadarrama.

No me resistí a lo que me pedía el cuerpo y me tumbé en el césped. Pequeñas nubes algodonadas se interponían entre el astro rey y el que subscribe, pintando mi cara con un renovador haz de rayos luminosos que me recargaban las pilas, recordándome lo bello que es la vida.

Así conecté de nuevo con la verdadera y única realidad. La ley interna que llevo a rajatabla, aunque a veces los pesares diarios me desorienten e invadan mi trabajada capacidad de priorizar en pos de lo que de  verdad importa.

Entonces volvieron los agradables pensamientos, el optimismo que me caracteriza, y a pesar del cansancio por la falta de sueño, la energía volvía a mi ser a medida que la sonrisa se dibujaba en mi rostro.

En esencia, respiré. Relajé cuerpo y mente y enseguida cambié de actitud. Planifiqué diversas actividades; entre ellas: llamar a buenos amigos, de esos que siempre están; seguir peleándome con mi próxima novela; algo de ejercicio y descansar; que falta me hacía.

Pasadas las doce de la noche se solventaron, casi solos, lo frentes que tenía abiertos.

Cada día me levanto agradecido. Consciente de quién soy y contento por haberlo conseguido. Mirarte al espejo y encontrarte es síntoma de salud física y mental.

Miro a las montañas. Las echo de menos. Pronto me reencontraré con ellas. Pero me escapo por preciosos valles y ríos que por suerte me rodean.

Vivo y dejo vivir.

 Agradecido por los sueños cumplidos quiero y me siento querido. Hay personas maravillosas a mi alrededor y procuro que lo sepan.

Con los años vendrán duros momentos. Situaciones inevitables, duelos y pérdidas difíciles de asumir.

 Intentaré estar a la altura sin perder la esencia.