EL COLGANTE

Se acercó curioso y precavido.

Con las puntas de los dedos acarició su gélido rostro, inerte. Imaginó su muerte, congelada en una de las cumbres más altas de la cordillera andina.

 Permanecía joven y hermosa. Conservaba un collar alrededor de su terso cuello. Nunca imaginó hacer cumbre y encontrar un cadáver a 6700 metros de altura, en una cima que creía sin coronar. Una montaña que los del lugar denominaban maldita.

Apartó la nieve con cuidado. El colgante era precioso; difícil resistirse al embrujo de sus colores; a veces ámbar, a veces turquesa. Parecía tener vida propia.

Lo tomó prestado en sentido homenaje a la joven alpinista. Lo dejaría a los pies de la montaña, en el hito mausoleo a los caídos en el intento. Cientos de ellos, a pesar de lo relativamente fácil que resultaba la ascensión.

Comenzó el descenso, pero el hielo bajo sus pies se desquebrajó. Cayó en una grieta sin fin, ahogando un grito desgarrador en el vacío y la oscuridad glacial.

El cadáver de la bella joven congelada sonreía.

 En su cuello brillaba de nuevo el colgante.

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