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LA ESENCIA

Regresaba ofuscado de una dura jornada de trabajo. Algo intranquilo y disgustado por varios acontecimientos laborales y personales. Llegué a casa después de ocupar media mañana intentando resolver lo que a priori me resultaba de inmediata resolución.

La temperatura era agradable. Como siempre, las perrillas se me echaron encima para arrebatarme los malos pensamientos y devolverme a la realidad.

Me asomé al jardín, el mismo que después de varios años de duro trabajo he conseguido que sea un lugar agradable donde descansar y desconectar con las mejores vistas de la Sierra de Guadarrama.

No me resistí a lo que me pedía el cuerpo y me tumbé en el césped. Pequeñas nubes algodonadas se interponían entre el astro rey y el que subscribe, pintando mi cara con un renovador haz de rayos luminosos que me recargaban las pilas, recordándome lo bello que es la vida.

Así conecté de nuevo con la verdadera y única realidad. La ley interna que llevo a rajatabla, aunque a veces los pesares diarios me desorienten e invadan mi trabajada capacidad de priorizar en pos de lo que de  verdad importa.

Entonces volvieron los agradables pensamientos, el optimismo que me caracteriza, y a pesar del cansancio por la falta de sueño, la energía volvía a mi ser a medida que la sonrisa se dibujaba en mi rostro.

En esencia, respiré. Relajé cuerpo y mente y enseguida cambié de actitud. Planifiqué diversas actividades; entre ellas: llamar a buenos amigos, de esos que siempre están; seguir peleándome con mi próxima novela; algo de ejercicio y descansar; que falta me hacía.

Pasadas las doce de la noche se solventaron, casi solos, lo frentes que tenía abiertos.

Cada día me levanto agradecido. Consciente de quién soy y contento por haberlo conseguido. Mirarte al espejo y encontrarte es síntoma de salud física y mental.

Miro a las montañas. Las echo de menos. Pronto me reencontraré con ellas. Pero me escapo por preciosos valles y ríos que por suerte me rodean.

Vivo y dejo vivir.

 Agradecido por los sueños cumplidos quiero y me siento querido. Hay personas maravillosas a mi alrededor y procuro que lo sepan.

Con los años vendrán duros momentos. Situaciones inevitables, duelos y pérdidas difíciles de asumir.

 Intentaré estar a la altura sin perder la esencia.

¿APRENDEREMOS?

Mientras, la primavera florece pese a todo. Avanza curiosa y absorta por la ausencia de los ruidosos y entrometidos humanos.

Algunos animales, desaparecidos, escondidos en lo profundo de los bosques, asoman el hocico ante la paz que el virus ha provocado en su mundo; ese mundo del que hace miles de años nos adueñamos sin contemplaciones.

Y ahora un microscópico y poderoso virus ha conseguido confinarnos en nuestras casas por un tiempo aún por determinar.

Pero fuera, en la calle, más allá de la ventana, la vida no se detiene. Florecen las praderas; los árboles se cargan de frondosas hojas verdes; el viento sopla y las tormentas características de la estación descargan donde les complace. Los caminos de montaña se cubren de vegetación; las sendas desaparecen, y, en tan solo un mes, la naturaleza se recicla a un ritmo vertiginoso. Mejora la calidad del aire; desciende la contaminación acústica a cifras de hace décadas. Delfines, ballenas y miles de peces de distintas especies regresan a playas y puertos, donde la ausencia de actividad mantiene las aguas limpias y  claras.

El precio, muy caro. La pérdida de miles de vidas asola a la humanidad. De manera global, cual se pudo expandir el libre mercado, se extiende la pandemia sin entretenerse ni dudar entre ricos y pobres, caucásicos, africanos, asiáticos o australianos. Todos y cada uno de ellos expuestos a la misma enfermedad y trabajando duramente por conseguir la vacuna.

En la cara oculta del onanismo mental del ser humano, los hay que consiguen sacar beneficio del caos, enriqueciéndose a costa de las desgracias ajenas. Unos, económicamente, multiplicando exponencialmente el precio de los productos imprescindibles y demandados por todos los países afectados, cada vez más. Luego, los que a río revuelto engendran mezquinos planes de actuación de cara a las próximas elecciones. Se difunden todo tipo de bulos, salen a la luz las miserias de unos y otros; los radicalismos se ratifican en su obsesiva irracionalidad, por encima incluso de la propia vida de sus semejantes.

La solidaridad se refleja únicamente en los que al pie del cañón necesitan imperiosamente que la pandemia sea controlada por el bien de su familia, negocio y forma de vida. Los empleados públicos, ninguneados en los últimos años; cuestionados, ofendidos, e incluso en muchos sectores demonizados y exterminados, muestran su rostro y dan la cara a pesar de los pesares. Niegan el inmerecido título de héroes; solicitando comprensión, medios, reconocimiento y seguridad.

Dicen que habrá un antes y un después, que daremos verdadera importancia a lo que realmente lo tiene; que seremos mejores personas y valoraremos el trabajo del prójimo.

Pero por la misantropía que me convierte en incrédulo, creo que cuando todo pase, volverán las ambiciones, vilezas y descarnadas políticas de los poderosos. Saldemos de nuevo a la calle sin respetar nada ni a nadie. Estoy convencido de que no aprenderemos la lección; y una nueva y nunca antes vista guerra por consolidar el poder económico del planeta, se vislumbrará para vergüenza de la humanidad y desgracia del resto de seres vivos del planeta.

Hemos visto como los acuerdos y tratados europeos no han impedido que cada cual se lamiera su rabo, y perdón por la expresión, pero es la cruda realidad. La prepotencia de líderes mundiales; dígase Donald Trump o Boris Johnson, han costado la vida, seguramente, a miles de personas. En nuestro propio país se subestimó el poder de la enfermedad e ignoraron las advertencias de países como China. Se actuó tarde y la sensación de chapucera improvisación se respira en el ambiente por la falta de medios y seguridad. Ello ha costado vidas, muchas…Nadie pagará por ello. Ya lo veréis. Y no es ninguna proclama política. Todos los gobiernos de unas y otras ideologías han cometidos graves errores que nunca fueron juzgados.  

Mientras los intereses económicos y políticos sigan por delante de los valores en los que se ratifica el sentido de la palabra “humanidad” , estaremos condenados. Sea pues.

Otro día ahondaremos en las distintas y variopintas teorías de la creación y propagación del COVID-19. No me creo ninguna, pero tampoco las descarto todas.

FELICIDAD VIRTUAL

Escuchaba la radio antes del amanecer, camino del trabajo. Cuando conduzco me hace compañía y no siempre la música me entretiene.


Debatían de ética y moral ante los avances y la velocidad que la propia vida imprime a la humanidad, y, sobre todo, a las próximas generaciones, tan encapsuladas por un colapsado mundo digital del que casi nadie escapa.
Y cuando la ciencia anuncia que tras múltiples estudios el secreto de la capacidad creativa del ser humano es cuestión de la sinapsis, y que es posible, no solo igualar esas capacidades en el ámbito de la inteligencia artificial, sino superarlas, aparecen los miedos. Por ello, se contratan filósofos, pensadores, doctores en ética y bioética tratando de encontrar el límite, la línea roja que no se ha de sobrepasar.
Se trata de encontrar el punto justo para humanizar a las máquinas, cuando para mí, el verdadero problema será en breve, «desrobotizar» al ser humano.


Envueltos en un mundo virtual, la mente está cada vez más lejos del pensamiento propio, de la capacidad de razonar por uno mismo, pues cualquier dispositivo al alcance de la mano te facilita, ipso facto, la respuesta que necesites en ese instante. No levantamos la mirada sin comprobar que digitalmente estamos protegidos, y siendo así, el resto nos es indiferente. No tardando mucho; bueno, quizá ya sea tarde para elucubrar, al amparo de la necesidad creada y la velocidad de crucero a toda máquina, nos apearemos sin control, sin habernos enterado.


Un mundo que alguien imagina por nosotros y al que sucumbimos ciegos y satisfechos.

Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo. (Cicerón 106 AC)

SOY

Y descubro lo que soy.

Y encuentro en mí un poco de ti. Un poco de todos aquellos que de una u otra forma se han involucrado en el devenir de mi vida a lo largo de los años.

Y de cada experiencia que ha dejado profunda huella esculpiendo mi alma, mi filosofía, mi sentir…

De cada pedazo de roca que he escalado; de cada cumbre ascendida, y de las gotas de sudor que regaron el camino.

De cada país visitado…

Soy, un poco de cada cultura conocida. De cada nuevo amigo que me mostró gratuitas formas de ser feliz, de vivir…

De cada beso de amor; de cada abrazo sincero; de cada caricia sentida. De las personas que fueron y se esfumaron. De las que están…siempre.

Soy un poco de cada nuevo amanecer.

De mis manuscritos, cuentos, novelas y rimas…

Un poco de lo que estudié; de lo que el trabajo, tan cercano y humano, despierta en mí cada jornada.

Un poco de mi familia y sus desventuras.

Soy un poco de decenas de melodías; de ritmos grabados a fuego en lo más íntimo de mi memoria.

Soy un poco de todas esas pequeñas cosas. Siempre dispuesto a seguir creciendo, aprendiendo, compartiendo, experimentando.

Soy.

REALIDADES INVENTADAS

 

 

Escuché una tertulia compuesta por antropólogos, escritores y periodistas, que me invitó a reflexionar hacia lo que Juan José Millás denominó “realidades inventadas”; aquellas por la que según diferentes antropólogos, el ser humano ha sido capaz de reunirse en grupos numerosos de personas y ser capaces de gestionar una sociedad como la que hoy conocemos.

Si cualquiera de nosotros cree que algo existe, lo da credibilidad; si lo hacen miles de personas se convierte en verosímil, pero si son millones, se trata de una realidad contrastada, pero virtual y efímera; me explico:

Una montaña, el mar o la lluvia existen creamos en ello o no. Pero… ¿existe Amazone?, ¿y Google? Pues depende de la credibilidad que demos a estas realidades inventadas. Si todos dejamos de creer en Amazone, nadie compraría, y desaparecería. Si nadie creyera en el buscador Google, dejaría de existir.

Dicho esto, si lo extrapolamos a algo tan mundialmente reconocido como la existencia de un Dios, tenemos que: si la humanidad dejara de creer en Dios, efectivamente Dios desaparecería de la vida del hombre. La creencia en un ser, ente, un todo, etc., ha sido capaz de unificar en una dirección a millones de personas con una meta única y universal. La realidad inventada de un todo poderoso que explica nuestra existencia y al que delegar nuestra curiosidad existencial, dota de paz a unos, y de motivos para justificar diferentes estilos de vida o actuaciones, según cultura, sociedad y demás, a otros.

Tras el Concilio de Nimea, allá por el siglo IV, constituido en la idea de unificar el cristianismo e intentando resolver por fin las diferencias ideológicas acerca de la relación Padre e hijo, y donde se acordaron las bases de la religión cristiana que hoy conocemos, dotaron de razón, por mayoría, a los que al credo se debían en detrimento de los arrianos. De este concilio salieron veinte nuevas leyes denominadas “Cánones” (por cierto, no tienen desperdicio).

Pues el emperador romano Constantino I, que participó y promocionó el concilio, fue el que tuvo la gran idea de legalizar el cristianismo en el mundo romano tras el mismo. La expansión fue impresionante. No existían las redes sociales ni la globalización, pero en cuestión de años, millones de personas se encomendaron al Dios cristiano y abrazaron su fe. Centenares de conflictos en el vasto imperio romano finalizaron. Todos los dioses romanos antiguos, adaptaciones de los griegos, como Júpiter, Neptuno, etc.; o venidos del mundo asiático, como Mithra (Sol Invicto), poco a poco fueron olvidados por los hombres, y digo bien, pues las mujeres, hasta el concilio, estaban exentas de culto, terminando por dejar de existir. Dioses que durante cientos de años y para millones de personas eran reales, verdaderos e irrefutables.

Da que pensar, ¿verdad?

¿Y si dejamos de creer en los bancos?, o en el liberalismo, el patriotismo, el libre mercado, los combustibles fósiles, la comida basura…

Se me ocurren al mismo tiempo realidades por inventar que cambiarían el mundo. ¿Y a vosotros?

 

RECUERDOS

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La historia como los recuerdos son relativos y subjetivos, tanto como nuestros sentidos quieran que sean. Cada cual percibe de una manera particularmente diferente un hecho, acontecimiento o situación, nunca análogos a los de cualquier otro individuo.

Siendo así, ¿cuánto de real hay en nuestros recuerdos? Y… ¿cuánto en la veracidad de los hechos que tantas veces nos han contado? El pasado se convierte en un cuadro abstracto, un rompecabezas que cada cual completa al libre albedrio.

La única realidad de un pasado será la que queramos creer. Una odiosa verdad, pero solo son recuerdos. Sin embargo remueven conciencias, provocan venganzas, sueños, nostalgia; emociones que desatan lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Una noticia contada numerosas veces se puede convertir en un  recuerdo, hasta un sueño puede que creas que es un recuerdo y que nunca haya sucedido.

En definitiva, solo es real lo que sucede justo ahora, en el momento que respiras, sientes y ves. Inmediatamente después… ¿quién sabe? Pero…sin recuerdos ¿qué seríamos? No nos encontraríamos, vagaríamos indecisos, aturdidos y desubicados a falta de unos pilares que en arenas movedizas definieran el legado de nuestras vidas.

Todos irremediablemente terminaremos siendo un puñetero recuerdo de alguien. Contemos con que al menos sea agradable para la mayoría.

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LA CULPA ES DE LAS ONDAS GRAVITACIONALES

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    Si ya lo decía Einstein en su conocida Teoría de la Relatividad; pero es que no le hacíamos caso.

   Nacimos y morimos al vaivén de las ondas gravitacionales, y la interacción gravitatoria o gravitación origina la aceleración que experimenta un cuerpo físico en las cercanías de un objeto astronómico; lo que viene a ser la gravedad de toda la vida.
La física explica las ondas gravitacionales como una ondulación del espacio-tiempo (ahí queda eso) producida por un cuerpo masivo acelerado y, al parecer, se trasmiten a la velocidad de la luz.
Nuestro planeta gira sobre sí mismo y alrededor del sol junto al resto de planetas de nuestro sistema solar. A su vez, nuestro sistema solar al completo lo hace también, y así sucesivamente hacia un giro masivo de la Vía Láctea, nuestra galaxia; que a su vez gira como todas las galaxias en el inmenso universo aún por descubrir. Todo a su vez se expande (no todos están de acuerdo en esto) y de todo ello son responsables las ondas gravitacionales en su mayor parte, con el permiso de la otra interacción fundamental a nivel macroscópico: el electromagnetismo. Pero en lo cosmológico, las ondas gravitacionales se llevan la palma. Einstein teorizó que ésta y la gravedad terrenal son de la misma naturaleza, siendo ella también la causante del correcto funcionamiento de nuestro organismo o el del más pequeño de los seres vivos, de las plantas, de la composición de la atmósfera y de que las carnes de nuestros cuerpos cuelguen flácidas cuando los años pesan más que los músculos y la piel que la sujetan. Menguamos con los años en un desgaste irreversible. ¡Puñetera gravedad!

   Ahora investigan qué le ocurre al cuerpo humano sumido a la ingravidez durante un largo espacio de tiempo. ¿Qué ocurrirá a nuestras células? ¿Envejecerán igual?, ¿Lo hará nuestro cuerpo? ¿Y nuestra mente? ¿Y si viajáramos en ingravidez a la velocidad de la luz?

Comprobaréis que cuando me da por filosofar…

ei2  Me pregunto: ¿Qué sería capaz de demostrar (porque descubrir, parece que lo descubrió todo) Einstein con los medios al alcance de los científicos de nuestra generación? Mentes privilegiadas como la este genio deberían ser por siempre patrimonio universal de la humanidad. Probablemente nos indicó el camino para resolver grandes cuestiones; pero… ¿estamos en pleno siglo XXI a la altura de este físico alemán de origen judío? ¿O nos quedan décadas para comprender del todo su legado?

19082007596Ondas gravitacionales

CRISIS DE SOLEDAD TECNOLÓGICA

        En un mundo cada día más global, el ser humano esconde la mirada en la pantalla y se manifiesta con los pulgares.

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        Pude comprobar desde un vagón de metro de la capital de España como, salvo dos personas, el resto mantenía conversaciones a través de su teléfono móvil por alguna red social. Alguno escuchaba música a través de los auriculares. Una mujer joven leía un libro. Antaño era lo habitual y enredar con el móvil lo ocasional. Rodeado de gente, el vagón permanecía en silencio; incluso personas que viajaban juntas, ni se miraban, tan solo escudriñaban sus móviles para inmediatamente después responder al impulso a través de los dedos en las cientos de conversaciones que brindaban la totalidad de vagones en su viajar.

Sabedor de que la corriente tecnológica barre a pasos agigantados cualquier atisbo de nostálgica conversación, aún se me antoja extraño que ante la variedad de medios, y, por tanto, de posibilidades de comunicación entre las personas, la misma responsable de comunicar dos rincones extremadamente lejanos en el mundo, sea culpable del recogimiento de las personas más cercanas entre sí.

Si no sigues la estela de las aplicaciones de moda, quedas fuera del juego; del sistema de comunicación con la gente que quieres o quieres querer. Sin embargo, es tal la dependencia al móvil y el cargador que la mayor parte de nuestro tiempo de ocio la empleamos en comprobar cuanta gente nos sigue, responde, solicita nuestra amistad o valora lo que colgamos en la red y, por supuesto, nos aseguramos de tener batería, cobertura y “wifi” a lo largo del día, no sea que…

La genialidad de los inventos de comunicación masiva, cuyas posibilidades unen culturas, opiniones y tendencias de todos los habitantes de la tierra, nos mantiene tan ocupados que se nos olvida quiénes somos y lo que queríamos de la vida antes de su simbiosis con el ser humano. xcLas redes sociales existen por nuestra dependencia a ellas, y somos quien creemos ser resbalando por el tobogán del anonimato en unas ocasiones o del ego en su mayoría, permitiendo dar rienda suelta a miles de fantasías de soñadores ciegos y aventureros de enormes barrigas y pies descalzos.

Una sugerente y sorprendente paradoja: lo que une, separa. La relatividad de lo demandado y consumido se confunde con lo realmente necesario; mientras, el tiempo pasa…

ESPERANZA

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Anclado en el desánimo que proporciona el comportamiento humano, atisbo un haz de luz que abre la esperanza para la humanidad. Tras diversas reflexiones, conversaciones compartidas con grandes oradores y pensadores insaciables; quizá sea posible dar solución a los grandes males que nos asolan; aquellos producidos por el hombre el cualquiera de sus variantes a la hora de evolucionar.

Hablo del amor; sí, del amor. Parece que da miedo hablar de ello; pero no conozco a nadie que no ame a un hijo, un padre, una madre, un amigo, un animal, un paisaje, un pueblo, un valor, una filosofía, una canción, una sonrisa, un recuerdo, un sueño, una sensación…

Cuando llega la muerte, o de cerca la ves, los pensamientos no se centran en las posesiones, ni en el poder o los bienes materiales que tanto atesoramos en nuestras vidas. Al dar la espalda a la muerte; al mirarla de lejos, olvidamos lo cerca del amor que está. Si de frente mirásemos conscientes la hora que a todos nos ha de llegar, comprenderíamos y priorizaríamos en un orden enfrentado al actual.

Las necesidades que nos creamos, o las que de alguna manera nos dejamos crear, el consumo desorbitado que aniquila nuestro planeta, la inmediata preocupación por lo banal nos carga con la losa de lo innecesario y ocupa en gran medida nuestros pensamientos; pues tememos mirar a los ojos un futuro insondable y caprichoso que no solemos decidir. A ello, le sumamos el estrés de nuestras vidas, la falta de perspectiva por no poder parase un instante a ver, a sentir, a reconocer lo que realmente nos apetece hacer.

En el lecho de muerte, que por desgracia he visto en demasiadas ocasiones, no hay clases sociales, ni tendencias políticas, ni orgullo o prepotencia; todos, sin excepción, buscan con el último aliento de sus vidas que en los años transcurridos alguien se encuentre a su lado, que lo quiera en los instantes previos al último de los viajes. Que sus vidas no hayan sido en vano, que se les recuerde gratamente; en definitiva: que se les quiera.

Creo que el amor se encuentra, de alguna manera, desparramado, desubicado, falto de sentido por el que dirigirse en una gran autopista de múltiples direcciones. Si consiguiéramos canalizarlo en pro de los valores que de veras nos importan a todos, incluso a aquellos que los avergüenza hablar del amor, de sentimientos; los que lloran a escondidas si se emocionan, los que piden un beso a gritos en silencio, una sonrisa desde el ostracismo voluntario, un abrazo furtivo dándote la espalda, un roce, una caricia… Eso es amor en cualquiera de sus genuinas e inconmensurables variables.

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Comprendo ahora significados distintos, cual acepciones, de la palabra amor en otras como compasión, ternura, comprensión, solidaridad, amistad…

Si tras toda una vida solo el amor es vinculante; si al nacer una nueva vida el amor es el garante de su futuro; si cada momento disfrutado necesitamos compartirlo para sentirnos plenos, ¿por qué no colocamos de una vez al amor en la prioridad real de nuestras vidas?

Son los miedos, y solo los miedos los que nos confunden y no nos dejan avanzar. Unos intrínsecos, otros creados artificialmente por distintos intereses. Levantemos la mirada, observemos desde lo más alto nuestras vidas, seamos sinceros y valientes y no tardaremoss en descubrir lo que de verdad importa.

Démosle una vuelta a esto y amemos sin contemplaciones; al menos seremos un poco más libres aflojando las cuerdas de nuestra terca ceguera. Quizá de ese modo la esperanza sea una opción por la que creer en el ser humano.19082007596