TORMENTAS DE VERANO II

CRISIS DE IDENTIDAD

poiuEn pleno siglo XXI seguimos embutidos en un enfrentamiento político ridículo, y por ello, enjuto en planteamientos y desesperante a la mayor. La defensa de nuestras fronteras ideológicas imaginarias impera sobre manera a la suma de voluntades por una Europa unida.

Lejos de vilipendiar la cultura catalana, tan respetable y merecedora de su protección como cualquier otra de nuestro país o del resto del mundo, se trata de aunar esfuerzos por un mayor entendimiento y no de atajar deudas internas y fracasos personales hacia un futuro obsoleto y sin retorno. No comprendo la idea de independizarse del resto de España y seguir siendo miembros de Europa, cuando ésta busca la unión de todas las naciones que la conforman. Se da de bruces con la lógica, cada vez más despreciada y sustituida por el ego sin límite y la inexorable búsqueda de un minuto de gloria en la ya trágica historia de España.

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Cada vez más solo en sus propuestas separatistas, Artur Mas, como gato panza arriba, se defiende con un último órdago que lo enmarque como mártir en una idea que, a decir verdad, cada vez preocupa menos a la población que vive en Cataluña.

No difiero, insisto en el respeto y la conservación de la lengua catalana y de las costumbres locales y comunitarias merecedoras de tal protección; pero también se ha de respetar al ciudadano catalán que a pesar de sentirse orgulloso del lugar que habita, no contempla ningún recelo en ser parte del resto de España, de Europa y del mundo entero, si me apuras.

Me cuesta creer que se apele a la identidad, cuando creo en la verdadera idea de que todos hemos de ser iguales y compartir en lugar de excluir. No se puede rememorar el pasado hasta donde interesa por un ideal, repito, un ideal; que no es más que la valoración subjetiva de un pensamiento. Decía Viktor Frankl: el ser humano es falible, por eso no podemos fiarnos de sus razonamientos.

Si al menos una vez en la vida cada persona dedicara un año a viajar por el mundo, a integrarse en cada sociedad, descubriría que lo menos importante es ser diferente y proteger una identidad. Se trata justo de lo contrario: empaparse de lo mejor de los demás y dejar atrás lo propio que nos impida avanzar hacia el equilibrio, social y universal. Los prejuicios pasan a un plano insignificante.

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Si queremos justificaciones históricas, nos damos de bruces con la realidad; el colonialismo intrínseco al ser humano ha ocupado nuestros territorios durante miles de años. En el siglo XIII, por unión dinástica, el Condado de Barcelona se integró en la Corona de Aragón. En el siglo III a.C. los romanos en su intento por contener y desabastecer al cartaginés Aníbal, se establecieron en la península con base en Tarraco durante la Segunda Guerra Púnica. En el siglo V el visigodo Eurico incorporó el actual territorio catalán a Tarraco con gobierno en Tolosa, denominándose Reino de Tolosa. Tras este breve inciso histórico, donde quiero ir a parar es a lo ridículo de nuestro exacerbado patriotismo. ¿Han de venir los romanos a reclamar sus territorios?, ¿quizá lo visigodos?, ¿o los musulmanes? Todos ellos alegando, claro está, su justo derecho de reconocimiento histórico por sus respectivas conquistas.

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El quid de la cuestión se fundamenta en donde nos queremos remontar para dar justificación a teorías insostenibles. Dentro de dos mil años, nadie reclamará Cataluña como nación, porque quizá ni existamos como país.

En nuestra efímera existencia permanecemos en la tierra un insignificante periodo de la historia de la humanidad. ¿Por qué nos creemos con derecho de reclamar territorios, o abanderar naciones como propias? Seguirán ahí cuando estemos muertos y ya estaban hace más de tres millones de años cuando el Australopithecus afarensis comenzaba a caminar erguido.19082007596

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