DESPERTAR

El viento invernal empuja con violencia la persiana cerrada de su habitación. Abre un ojo, no del todo, aún dudoso por querer despertar. Tras las varillas de la persiana la luz incide con fuerza, curiosa y atrevida. Bien entrada la mañana comienza a desperezarse. A su vera, vos. Desprendes calor, conseguido bajo manta y edredón de plumas que dejan ver tan sólo tu cara sonrosada y feliz. Todos lo somos durmiendo; al menos lo parecemos. Tímidamente se acerca buscando tu calor. En posición fetal, uno tras otro; en un cuarenta y cuatro Picassiano.  Encajadas las piezas de este sutil “tetris” te acaricia la cara. Escucha tu respiración, acompasada, rítmica. Besa a vos tiernamente en los labios. Vos fingís que el sueño aún os domina y abrís los labios sutilmente, humedeciéndolos. Su mano izquierda acaricia dulcemente tu espalda, desliza su dedo corazón sobre tu columna vertebral. A vos, el escaso bello de vuestra piel se os eriza irremediablemente. Su mano derecha, bajo la cara, sobre la almohada común. No deja de observarte con amor, con pasión, feliz por despertar de nuevo a tu lado. Sus caricias continúan, resbalando sus dedos por tu cadera, tus piernas, hasta los tobillos. Vos no podéis reprimir más la satisfacción que os produce tal despertar. Elegantemente vos giráis despacio para no abandonar ni por un instante la sensibilidad del momento. Estirada, giras levemente la cabeza a tu derecha, no quieres que vea como sonríes consciente de lo que estar por venir. Su dedo índice resbala por tu mejilla, tu cuello, centímetro a centímetro vaga por el hueco tal sensual debajo de tus clavículas, desciende sobre el canal de tus senos, no se entretiene en ellos, aún no toca. El ombligo pone fin a la pasividad corporal por parte de vos. Guías con maestría su mano por tu entrepierna. Ambas respiraciones se aceleran descontroladas. El deseo se abre camino sin control. Vuestras piernas entrelazadas se acarician entre sí. Ahora sí, tus pechos cobran protagonismo. Durante unos minutos no parece haber nada más. Besa una y otra vez los pezones mientras masajea con delicadeza extrema el resto, sumido en un placer indescriptible. Vos arqueáis la columna. El fuego os recorre por completo. Sobran la manta y el edredón. Se coloca encima de vos. Agradeces el gesto y le abrazas fuerte para sentir los músculos de su espalda tensos, preparados. Os miráis fijamente, no importa el día ni la hora, todo es indiferente. Segundos después la pasión se abre camino sin más dilación en un baile díscolo y personal. Sois uno, él y vos.

19082007596

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.