SOBRE EL PUENTE

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Un pantalón dormita sobre el muro. Sin futuro, a merced del viento que lo zarandea peligrosamente. Debajo un incesante ir y venir de vehículos de todo tipo colapsan la M-30. Una de esas llamadas arterias de la capital de España que circunvala el centro de la ciudad favoreciendo la movilidad del personal. Me dirijo a mi puesto de trabajo y, sorprendido, cavilo sobre las circunstancias que han llevado a quien corresponda, para abandonar, si es que ha ido así, tal prenda de vestir. Hace frío, encojo los hombros y me alzo el cuello buscando cerrar cualquier fisura por donde el aire frío y traicionero consiga hacerme temblar. Adivino una noche de pasión incontrolada, pero enseguida desaparece esa opción de mis pensamientos. Demasiado frío, e incongruente volver a casa sin pantalones. Quizá un atraco desmesurado, hasta humillar al portador del pantalón obligado a continuar en ropa interior desvalijado y seguro que muy cabreado. Luego sonrío, un suicidio textil no tiene cabida. Me río de mis propias ocurrencias. “¡No, no lo hagas! ¡Todo tiene solución! ¡Siempre hay una falda perdida para un pantalón abandonado!” Dejo de desvariar. Casi he llegado. Doblo la esquina y un cojín burdeos de terciopelo bien cuidado y abultado reposa sobre la acera. Los viandantes lo esquivan, mientras siguen hablando por teléfono o absortos en múltiples y diversos pensamientos. No puedo evitar sonreír de nuevo. Mi imaginación elucubra varios y potenciales posibles motivos para tal abandono. Pero ésta… es ya otra historia.

 

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