Complacido una vez más, regreso a Segovia; tan hermosa como arisca; con sus crudos inviernos y cortos veranos; con sus gentes terrenales, tan cercanos de lo suyo y lejanos de lo de más allá. Su incomparable casco viejo y su hermosa Catedral abren paso a un Alcázar que todo lo ve. Veterano biógrafo de la historia segoviana y seguro defensor, a todos protege con su extensa muralla. Segovia es protagonista de muchas de mis entradas, pero hoy, con su permiso, cambio de tercio…
Quiero hablar de un lugar que visito a menudo, pues hermanado ya de por vida, es sin duda mi segunda tierra.
Acogido con mimo he visitado de nuevo mar y montaña, frío y calor, despejadas resacas donde el “orbayu” me lava la cara y despierta mis sentidos cuando decide mostrar su magistral belleza donde terminan las nubes.
Si abre, el verde deslumbra en un abanico singular repleto de vida y esperanza. Es una tierra pura, honesta, como su gente; pues cercana y amigable, una vez más, han conseguido que me sienta como en casa.
Inspiradora te reta con contrastes continuos. Un emotivo atardecer y, entre tinieblas, el amanecer te recuerda al oído, muy suave, en un susurro, que siempre llueve en Asturias.
Cada cala un descubrimiento, un álbum de fotos para no olvidar. Fuente de inspiración, despertó en mí hace ya casi tres años las yemas de mis dedos. No pude parar hasta completar mi primera novela.
Imposible resistirse a su gastronomía. Exquisita, te deleita con sabores del mar e interiores curados. Regado con un manjar por todos conocidos, y pobre de aquel que no haya degustado aún la reina fruto de la manzana prohibida, la sidra te embriaga en cualquiera de sus acepciones. Te pierdes entre melodías remotas de gaitas traidoras hasta caer rendido mecido por la brisa del Cantábrico.
Podría volar sin descanso sobre sus valles, caminar hasta el agotamiento por sus riscos hasta ascender todas las cumbres de los desafiantes Picos de Europa. Y media hora después, tras conducir por serpenteantes desfiladeros donde las cabras y vacas vagan a su antojo, descansar sobre cualquier playa de gran belleza en las costas de Llanes, Ribadesella, Villaviciosa…
Cada año descubro nuevos rincones donde no solo puedo inspírame: me relajo, gozo la montaña, el mar, sus acantilados, la mejor comida en mi plato y la mejor de las compañías.
No se puede pedir más.
Que bonita descripción de mi tierra, me siento súper orgullosa de leer tu descripción de la misma y que te haga sentir así de bien.