Cuando llega el invierno a Segovia levanto la vista entusiasmado. Busco deseoso la nieve en una cumbre repetida por mí cada año en un simbólico ritual; Peñalara.
Terminado el verano, las primeras lluvias en Segovia dotan de una primera capa de nieve los picos más altos de la sierra de Guadarrama; poco después, ya es factible ascender a sus cumbres.
Comienzo la temporada invernal con la ascensión a su cumbre más alta. Con 2428m goza de las mejores vistas de Segovia, los bosques de Valsaín y La Granja de San Ildefonso; incluso en un día despejado puedes observar perfectamente las Torres Europa de Madrid capital.
El verano brinda otras satisfacciones, pero echo de menos el viento helado, el corazón respondiendo al reto de aristas de nieve dura, palas de hielo y crestas espectaculares en ascensiones interminables. Igualmente, se reanudan gratas conversaciones con mi gran amigo y compañero de batallas en miles de horas compartidas en nuestra querida sierra de Guadarrama, así, como en otros grandes macizos y sistemas montañosos de nuestro precioso país y cordilleras de todo el mundo.
Sin darnos cuenta, grandes aventuras en Picos de Europa, Pirineos, y poco después en los Alpes, los Andes y la cordillera más emblemática para los alpinistas de todo el mundo: el Himalaya, se han ido añadiendo a nuestro currículo montañero, impregnando nuestra alma del espíritu de la montaña; provocando una extraña sensación de hormigueo en los dedos y un nudo en el estómago cuando, sin poder evitarlo, la mirada se eleva ante la cima de cualquier montaña que se cruza en nuestro camino.
Todo esto se acumula en nuestra memoria y crea adicción. Necesitas continuar disfrutando del premio al esfuerzo. Crece la capacidad de sufrimiento ante momentos de agotamiento por una meta para muchos decepcionante; para mí, como para miles de montañeros, la cumbre es un compendio de sensaciones; donde yo, al menos, me siento libre, puro y en armonía con la naturaleza más salvaje. Eres tan insignificante allí arriba que te planteas dudas y preguntas que enriquecen el alma.
Desde lo alto aprendes a valorar en su justa medida lo que acontece. Abres la mente. Cambian tus prioridades. Se es más humano. Contemplas y admiras la belleza natural del entorno. Aprendes a escuchar en el silencio. Desconectas de un mundo deshumanizado y potencialmente competitivo. Todo esto me hace ser más feliz.
Y todo comienza y termina cada año en la montaña que me abrió los ojos, que me permitió caminar por sus laderas, disfrutar su cumbre y escalar sus paredes. Todo un clásico del sistema central; un mito del montañismo en Segovia: Peñalara.
