Y después…

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Hoy conversaba con mi compañero de trabajo sobre la existencia de algo más, de una vida detrás de la muerte. Aseguraba desde el punto de vista más científico posible que nada puede haber. Como buen médico, aludía a cuestiones científicas indiscutibles sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Los intercambios químicos y eléctricos que sufren las neuronas en nuestro cerebro son una vez más la respuesta a todas las dudas sobre posibles experiencias paranormales, contactos con seres de luz, etc. Que buscamos en la inseguridad de nuestra existencia justificaciones para no caminar por el sendero de nuestra corta vida con la certeza de que no hay nada más. Situación que, emocionalmente, nos impediría mantener la cordura necesaria para afrontar el día a día con esperanza, ilusión o planes de futuro. Más o menos el creer en algo, tener fe, sería un método de autodefensa de nuestro propio organismo para resistir una vida con un final predecible y finito. Polvo al polvo.

Me he posicionado, siempre desde el respeto y la transigencia, valorando qué opción podría ser más interesante para dudar de tal afirmación con una argumentación plausible. Le he hablado del conjunto, del todo y del uno. Si aparcamos el ego del propio ser humano como único y por ello con derecho a reivindicar, cerca de la elucubración, lo que es o no real, le he invitado a ver a través de un todo común. Creo que debemos una vez más mirar desde lo más alto. Desde cualquier punto lejano de nuestra galaxia sería sencillo cambiar de postura. Si nos paramos a pensar que vivimos en un pequeño planeta entre cien mil millones de estrellas…, me explico: si no somos conscientes de que formamos parte de algo tan inmenso y magnífico, algo tan brutal que a día de hoy nos es imposible imaginar en nuestro limitado conocimiento o capacidad de asimilación, nunca encontraremos respuestas. Para mí formamos parte de una gran cadena hacia la evolución universal y todo, absolutamente todo tiene un por qué. Morirse sería un proceso más, hasta insignificante si me apuráis.
¿Qué hay después? No me preocupa. No me creo imprescindible. Creo que una buena respuesta sería no esperar la muerte como un fin, ni como el principio de otra cosa. Deberíamos vivir buscando lo que interiormente nos dicte nuestra conciencia. A nivel individual el ser humano es increíble. Universalmente un grano de arena en el desierto de la propia existencia. Uno más, pero desierto al fin y al cabo.
Observo a mi compañero y creo adivinar sus pensamientos: Otra amalgama de intercambios químicos entre neuronas.

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