VIENTOS III (RELATO FINAL)

 

Viene de VIENTOS II    http://blog.vientoscardinales.com/vientos-ii/

Todos los Jefes de Estado del mundo se reunieron de urgencia para intentar encontrar una solución para el problema más grave de supervivencia al que se enfrentaba el ser humano.

El presidente estadounidense, en pie, tomó la palabra. Como un tornado localizado, un torbellino de viento se adentró en la sala de reuniones por una de las ventanas. Las puertas se cerraron. El flequillo rubio del presidente americano fue el primero en recibir la brisa mortífera.

Las palabras, entrecortadas e ininteligibles del líder más poderoso del mundo, sorprendieron al resto que se miraban estupefactos. Pocos segundos después, todos recibieron en sus nucas la brisa condenatoria. El pánico se extendió en el despacho, sabedores, como eran, de lo que acontecería seguidamente. No tuvieron tiempo de recordar todas y cada una de las terribles acciones que habían llevado a cabo en sus respectivas etapas a cargo de sus gobiernos. La indiferencia ante la desigualdad mundial; la falta de ayudas sociales; la discriminación económica y la distribución del poder en detrimento de la clase obrera. La contaminación cultural y social, la manipulación de las masas encaminada al consumo y la distracción del pueblo.  El exterminio común de miles de especies animales y vegetales en una vorágine autodestructiva que había llevado al traste el orden natural del planeta para la regeneración. Una situación que, ahora, en justicia, una espada de Damocles más afilada y justiciera que nunca, parecía pretender erradicar de una vez y para siempre. El enemigo público número uno de la Tierra era el ser humano y habría de pagar por ello.

Sus cerebros recibían destellos afilados, recordando las oportunidades que, desde sus privilegiadas posiciones, pudieron aprovechar para cambiar las cosas; para dar respuesta a lo que en mayor medida solicitaban los pobladores de todo el mundo. Libertad, educación, concienciación y humanidad; comunión con el resto de seres vivos del planeta; protección de las selvas, bosques, ríos y mares. La aplicación de energías alternativas ecológicas; un sistema de distribución equitativo de alimentos. Tantas y tantas cosas que provocaban dolor sin mesura en sus cabezas. Se retorcían por los suelos. Alguno intentaba salir del despacho en la falsa creencia de que de algún modo podrían huir de su destino final. Tantas eras sus ofensas éticas y morales, que sus cabezas se hinchaban deformándose. Las ropas, rajadas, hechas jirones en un intento por despojarse del suplicio al que eran sometidos, los confería un aspecto menesteroso. Prácticamente desnudos, los hombres y mujeres más poderosos del mundo respiraban por última vez. En cuestión de segundos entraron en trance y comenzaron a estrangularse sin piedad, a golpearse con todo lo que tenían a mano, sumidos en un odio visceral y enloquecedor. El último superviviente se estampó la cabeza repetidamente contra uno de los radiadores de la sala hasta destrozarse el rostro, que quedó irreconocible antes de morir. Cuando por fin el viento cedió y abandonó la sala, el personal de seguridad consiguió acceder; espantados por la imagen que presenciaron, incrédulos, quedaron inmóviles sin saber qué hacer por las víctimas de un  aparente delirio colectivo.

La noticia se difundió por todo el mundo en cuestión de minutos. Miles de personas buscaban consuelo en todos los dioses habidos y por haber. Católicos, musulmanes, judíos, hinduistas…Todos se encomendaban en ritos y rezos de toda índole en la única búsqueda del perdón universal. Eran pocos los que dormían con la conciencia tranquila, sin miedo. Bebés y niños, ausentes a la tragedia, perdían seres queridos sin ser aún conscientes de la relevancia y protagonismo que representarían en un futuro próximo. Una lección que difícilmente olvidarían los que estaban destinados a volver a empezar de la mano de los adultos supervivientes; aquellos que, de corazón, y en la buena práctica de vivir y dejar vivir, habían existido sin maldad ni exacerbado egocentrismo, dentro de los valores que son propios del ser humano más racional y evolucionado.

Grandes ídolos mundiales morían, para sorpresa de unos y otros, cuando la duda de dónde se encontraba el límite a la hora de juzgar a los condenados se difundía por el planeta. Por ello, miles de personas decidieron quitarse la vida antes de recibir el castigo impuesto por el viento riguroso y predecible.

Las necesidades y prioridades variaron considerablemente. Dos meses después del comienzo de juicio final, se establecieron en consenso y de forma espontánea en todos los países del mundo una serie de reuniones, donde la principal y extraña circunstancia común era la falta de miedo, de temor. La confianza en los demás se daba por consensuada, pues si se encontraban vivos, solo podía deberse a la garantía de formar parte del grupo humano libre de maldad y comprometidos con un nuevo futuro para la humanidad.

Un haz de esperanza se respiró cuando un buen día cesaron las muertes. Había fallecido la mitad de la población mundial. Más de tres mil millones de personas sucumbieron a un Eolo verdugo e implacable. Los niños poblaban en mayor número todos los países. Un duelo universal nunca antes conocido sumió a muchos supervivientes en la incomprensión; pues muchos de los fallecidos eran muy queridos sin embargo por personas que habían sobrevivido. La no explicación racional al suceso obligó el pensamiento hacia la elucubraciones.

No tardaron en comenzar los desacuerdos, y con ellos, los conflictos.

Solo el miedo a perecer por equivocarse de nuevo, por reanudar el viejo camino del enfrentamiento, equilibró con sensatez las conversaciones hacia una respuesta común. Tardaron en comprender que ninguna religión sería consensuada, por lo que se desestimó toda existencia. Bajo el yugo del miedo, el mundo creyó solo en la buena conducta. De la mala, ya conocían la respuesta. El respeto a la vida animal, vegetal y la conciliación con el planeta, fueron las primeras consignas aprobadas como leyes universales. La distribución de las riquezas en pos de un nuevo mundo justo y equilibrado, el retorno a la humanidad más espiritual y comprometida, recuperar valores y educar en pos de un orden social se fueron añadiendo a las leyes Madre. Una sola ley que, interiorizada bajo el recuerdo de los millones de muertos, consiguió calar en los encomendados a recuperar el sitio que el ser humano debía ocupar en la Tierra.

La brisa implacable descansaba alerta, vigilante…

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