El pasado once de febrero conducía mi vehículo relajado y disfrutando de buena música cuando decidí escuchar las noticias de las tres en punto de la tarde; craso error. Mi rostro tuvo que palidecer por la sensación de vergüenza ajena que sentí ante lo que escuché en poco más de media hora. Mediocridades y reacciones infantiles a la altura de los políticos y parlamentarios que encabezan los grandes partidos de nuestro país.
Sin entrar en los motivos que han llevado a Pedro Sánchez, Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, a destituir al líder del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez; la reacción de éste último, anclándose al sillón del poder de la Comunidad de Madrid ha sido cuanto menos bochornosa. La posterior pataleta comunitaria de sus adeptos a las puertas de la sede del PSOE en la capital de España me trasladó de inmediato a cualquiera de las llamadas repúblicas bananeras de la que tanto nos gusta jactarnos. El resto de partidos se frotaban las manos con declaraciones electoralistas, arrimando la sardina al ascua más provechosa y haciendo leña del árbol caído del partido en la oposición. Mientras, en la medio europea, medio rusa Ucrania, dos parlamentarios se daban de bofetadas ante el gozo y disfrute de los periodistas que, cámara en mano, inmortalizaban provechosamente las imágenes para vergüenza de todos.