UNA GRATA CONVERSACIÓN

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Diez centímetros más bajo de estatura que a los cincuenta, pero enorme de corazón; Paco, un anciano de ochenta y nueve años, se esforzaba por narrarme su experiencia tras una vida de sufrimiento, hambre y mucho trabajo.

Sin perder un instante la sonrisa, presumía de haber sobrevivido a la nefasta Guerra Civil que asoló nuestro país cuando él contaba la friolera edad de doce años. De la mano de su padre, recorrían La Moraleja en busca de los frutos que les brindaba la arboleda, custodiada fielmente por el guarda de campo, el cual, siempre esperaba a que llenaran el saco para requisarlo sin contemplaciones. –“Hojas de árbol he comido yo del hambre que he pasado”Sus ojos brillaban indagadores, buscando mi reacción.

 -En el año treinta y nueve, por suerte, me dirigía a la Puerta del Sol de Madrid, cuando un vehículo oficial descapotable que lucía entre vítores la bandera nacional, se detuvo en la plaza. Los pocos transeúntes que recorríamos sus aledaños, personas de avanzada edad y niños principalmente, nos agolpábamos desesperados entre codazos y pisotones por recoger del suelo los mendrugos de pan y latas de sardinas que, desde el vehículo, nos lanzaba un cura. Yo no sabía si eran los buenos o los malos, pero todavía recuerdo lo ricas que me supieron las sardinas y la de codazos que tuve que dar para conseguirlas-

Mientras escuchaba fascinado un fragmento de la historia de nuestro país, vivida en primera persona por Paco, su mujer, de ochenta y cinco años, me insinuaba con gestos que no hiciera caso a su marido, que ya le fallaba la memoria. Paco sonreía de nuevo y regalaba con cierta ternura una afirmación, asintiendo con un leve movimiento de cabeza; mientras, se acercaba un poco más a mí, pues Lucía, su señora, le regañaba una y otra vez por levantar tanto la voz.

Treinta y cinco años de duro trabajo en una fábrica, compatibilizado con pequeñas obras y chapuzas por las tardes, fueron suficientes para conseguir sacar adelante a sus tres hijos. Hoy, disfrutan tranquilos de su hogar. Un precioso chalé que fueron ampliando con los años. –Ahora nos sobra sitio, nuestros hijos tienen sus vidas y sólo deseamos vivir lo suficiente para disfrutar algunos años más de nuestros nietos

Paco me acompañó hasta la entrada e insistió en enseñarme el jardín. Me ofreció su casa, invitándome de corazón a visitarles y merendar con ellos cuando se me ofreciera.

Para mí sería un honor volver a escuchar fragmentos de una vida tan interesante y tan repleta de momentos para recordar.

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