SOLO PUEDE QUEDAR UNO

No sé si debo manifestarme misántropo, como me denominaba un compañero tras debatir con él varias reflexiones sobre la deshumanización de nuestra especie, o pesimista pensador incansable. Se me amontonan las dudas sobre las posibilidades de redención ante la capacidad de amar, y de que ello reine por encima de lo tangible y harto desesperante algún día. Los vínculos que me unen a decenas de personas de gran corazón y dignidad a prueba de todo tipo de desigualdades, de principios inviolables y esforzados corazones que luchan por que el bien prevalezca y la mezquindad se funda con el odio y el poder en un mar de sabiduría y equilibrio, me mantienen esperanzado; no obstante, no deshacen el aliño del apestoso chapapote a base de ambición desmedida y egoísmo sin límite que reina en nuestros días, y de nuevo las dudas me abordan con riesgo de hundir el barco de la certidumbre.
Los niños definirán nuestro futuro a corto plazo; de ellos dependerá que pasemos a la historia como una especie digna de olvidar; difícil tarea para padres y educadores; pues a medida que crecen, la violencia gratuita en todos sus formatos, la competitividad inhalada desde la infancia, la defensa del ego y por ende del -yo primero- , tatúan a los críos en su lucha por prevalecer, convirtiéndolos en máquinas intelectuales o físicas con una sola cuestión: ser el mejor por encima de los demás, no en formar parte de un espléndido grupo humano coyuntural y dinámico, equilibrado y homogéneo. “Sólo puede quedar uno.”

Con el poder autoimpuesto de matar todo lo que se nos antoja, la vida desaparece rápidamente, destronando a la madre tierra de su derecho de maternidad sobre los seres vivos. La sostenibilidad, el equilibrio natural solo es despojado de su exitoso desarrollo por el hombre. (Me decía un compañero de escalada hace años, que no había de qué preocuparse, que eran los daños colaterales de la evolución del ser humano como especie y la superioridad que sobre ellos atesoramos). Robamos la vida del planeta, nuestra propia fuente de vida; ignoramos los seres vivos a nuestro albedrío y me causa desasosiego cómo la injusticia campa a sus anchas sobre un mundo que intento ver tan maravilloso cuando me levanto cada mañana.

A menudo viajo a las montañas en busca de magnificas vistas, compartiendo un trocito de un espacio regalado por ser parte de nosotros mismos. Polvo de estrellas que decía Carl Sagan. Tras el Big Bang la única materia primigenia era el hidrógeno y gracias a fusiones internas en el interior de las estrellas, colapsos y posteriores explosiones, fueron apareciendo el resto de elementos pesados que conforman todo lo que nos rodea, en nuestro mundo y en el resto del universo. (Perdón por la abreviada y mermada explicación). Pero si todos entendiéramos eso, que formamos parte de un todo, creo que sería más fácil obviar simples órdenes de prioridades de una existencia tan limitada como la humana.

De algún modo sabemos cuando hacemos bien o mal. Dentro del orden establecido bajo el amparo de valores inherentes al ser humano, para poder ubicarnos en nuestra ínfima y subjetiva dimensión, necesitamos una trasformación a nivel mundial de mentalidad; del concepto de la vida y el respeto al milagro de la existencia y la innegable subordinación a los elementos que nos permiten la supervivencia. Ya estaban aquí millones de años antes de nuestra deficitaria evolución.

Es como si desde un futuro, en la lejanía del tiempo por descifrar, se hubiesen establecido las terribles pautas que han de acabar con todos nosotros y las siguiéramos inexorablemente hacia un fin de sufrimiento merecido, pero matando, aniquilando y arrasando con la vida en nuestra deriva a ninguna parte.

Por hoy dejaré de fustigar mis pensamientos y, nuevamente, mañana cuando me levante, intentaré creer en las posibilidades del homo sapiens para dejar de involucionar. 19082007596

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