POR LA CALLE FUENCARRAL

19082007596Zombi recorro un Madrid envejecido. Me sumerjo en sus entresijos, tan llenos de vida, que desborda mis sentidos. No me da tiempo a descifrar cada pasaje que transcurre veloz a mi alrededor.

Contrastes, Madrid es una ciudad de contrastes; de ricos y pobres; de muy ricos, y muy pobres. De buenos y malos; de curas y ateos; de blancos sucios y negros impolutos.

Una anciana cargada de espaldas ordena sus trastos que trasporta en un carro de supermercado. Suspira, en él le va la vida. Su mirada se arrastra sobre el gris asfalto. Una niña, de no más de tres años, solloza por la calle Fuencarral, quiere ir en brazos de su padre, él parece cansado, pero claudica y la pequeña sonríe satisfecha. Dos inmigrantes, ojo avizor, despliegan veloces sus mantas sobre una acera que no cesa de recibir pisadas de toda clase y posición.

Bares repletos, otros vacios; bienes e inmuebles, modernos y antiguos. Cientos de ojos que miran y buscan; libreros hundidos, cajas vacías.

Me detengo ante un bar. Buenas sensaciones me animan a entrar. Me envuelve la música; sabiamente escogida vela por la discreción de amenas conversaciones y excelente olor a café con leche. Dispongo de unas horas para caminar y bajar la comida; la culpa es del “cabrales”; pero prefiero escribir. Hace tiempo que no lo hago en mi destartalada libreta. Desenfundo mi bolígrafo y observo.

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Una joven pareja comparte menú; entre risas enamoradas se acarician el alma con dulces miradas. Reflejos anaranjados invitan al sosiego. Las sombras de destartaladas lámparas de diseño cierran un círculo armonioso donde cohabitan espíritus errantes de las calles de Madrid.
Tres señoras, de alta alcurnia y venidas a menos, despellejan a algún pobre incauto que debió cruzarse en su camino. Inconformistas, visten traicioneras y buscan de soslayo miradas atrevidas. En un mercado cada día más saturado se reinventan desde la sabiduría de la arruga escondida y alocados moldeados.
Visiblemente agotado, el dueño responde cortés y educado tras la barra que defiende con presteza. La que parece su hija atiende las mesas. Una sonrisa púrpura, obligada, se topa de bruces con sus ojeras; ingrata hostelería…

imagesseJunto a la ventana, por fin, un matrimonio de muchos platos compartidos se dirige la palabra. Dos breves comentarios y, de nuevo, ella se pierde tras el cristal de la ventana en el incesante devenir de transeúntes y vehículos. Él, la vista en el plato. «Al menos me queda el disfrute de una buena comida», parece pensar.

Por primera vez en mucho tiempo nadie usa el móvil en derredor y me encanta. Un caballero de honesta mirada y blancos cabellos moja la lectura del ABC con un rosado. Sale una joven. Se queda en la puerta y se abraza buscando calor. Alivia la ansiedad con una calada de humo blanco que se eleva difuminándose en el gélido viento que surca impertérrito la calle Fuencarral.

Cambio de tercio. Suena pop inglés de los noventa. Cierro mi libreta y abro el libro. Toca leer.

 

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