Coincidencia o no, en los últimos días he visto aparecer en diferentes medios de comunicación a una mujer sorprendente. Honesta, valiente, comprometida y consciente de una realidad obviada por muchos, Sor Lucía Caram me ha dejado perplejo. A pesar de mis reconocidas desavenencias con la iglesia católica, pues desde que tengo uso de razón no nos hemos llevado nada bien, he de reconocer que me alegro enormemente de no haber cambiado de canal ante la entrevista que, el siempre cuestionado Risto Mejide, mantuvo con Sor Lucía Caram.

Su cercanía, fuera de lo común; su atrevimiento y capacidad de entender a las personas; su lucha por las injusticias; su compromiso con los más desfavorecidos y, sobre todo, la capacidad de autocrítica con la institución a la que pertenece, la convierte casi en un grano en conocido sitio para la propia Iglesia Católica y todas aquellas religiones que manipulan a sus devotos por el poder y la riqueza.

Creo en personas como Sor Lucía y en todas aquellas que han encontrado el camino.

Son personas así las que consiguen que se pueda creer en un mundo mejor. Un ejemplo a seguir. Me quito el sombrero.

Si queréis ver el vídeo, os dejo el enlace.

Soledad en todas partes. Donde quiera que mire, donde quiera que esté. Miles de personas completamente solas. Lo veo en sus ojos… Personas casadas, solteras; ricos y pobres. Deseosos de conversar con quiera escuchar. Necesitados, rezan por contar su historia. Pues la vida de cada uno de nosotros es el mejor de los best seller.

Recuerdos embalsamados en nostalgia. Rabia contenida por lo que fui o pude ser. Ese amor que no existió, un deseo no cumplido, un amigo perdido en el laberinto de la senda del destino, tan díscola como imprevisible. Un beso que no olvidas; ese tren que no cogí. Ese sueño por cumplir aun sin fuerzas, sin aliento, en el último estertor de una larga agonía.

Ser o tener, he ahí la cuestión. Millones de personas llamadas occidentales, se disputan en competición continua la posesión; el virus del poder se contagia a gran velocidad y se trasmite de mano a mano a través de su mejor embajador: el dinero. Allá, más allá, donde la riqueza es sólo una utopía, los seres humanos son, no tienen. Viven su día a día y comparten lo que tienen, a sí mismos. Creen porque sienten y aman la vida tal cual, con su complejidad y vicisitudes.

Lo más significativo de todo esto es, que en su mirada, brillante y esperanzada, nunca vi la soledad. Y nosotros, los desarrollados occidentales, creemos que somos porque tenemos.

Reflexiones como ésta, desaparecen en oscuros agujeros. No hay voz que finalice con la manipulación mediática de los que hartos de todo, pasan de los que casi no tienen nada. Camas calientes y agradecidas barrigas que han aprendido a mirar hacia otro lado.

Corrupción en los partidos políticos y sindicatos. Sueldos de risa, despidos a pedir de boca para las grandes y no tan grandes empresas. Los ricos más ricos; los pobres…pobres.

Abandonados a nuestra suerte mientras miles de estudiantes siembran para no recoger jamás. Otros, tras decenas de años de dura cotización; personas honradas, trabajadoras, como el sistema estipula que sean; buenos contribuyentes, ahorradores, presos de una hipoteca, con plan de pensiones, seguro de vida y de hogar, se desesperan en las colas de los desempleados, de los desesperados.

Tirar de la cuerda tiene sus riesgos. Bajo el halo de la recuperación, se nos hace responsables subsidiarios de la gran estafa del estado español. Tanta corrupción ya, ni nos sorprende. Es algo cotidiano, común. Millones de euros ninguneados. Un cúmulo de despropósitos inunda nuestro país en una debacle a ninguna parte.

El cambio es necesario; la lucha, a elegir.