El devastador terremoto que ha asolado Nepal, me retrotrae a momentos muy especiales de mi corta pero intensa vida.
Hace siete años disfruté como un niño del viaje de mi vida. Realicé con dos amigos el trekking al Campo Base del Everest y ascendí al Kala Pattar a los pies del monte Pumori en la cordillera del Himalaya, el cual descargó toneladas de nieve sobre los montañeros que esperaban buenas condiciones climatológicas para hacer cima en el ascenso a la cumbre más alta del mundo el fatídico día del temblor de tierra.
Disfrutamos de un Katmandú que nunca volverá a ser el mismo. De un pueblo miserable pero sonriente, pues nada puedes temer cuando todo te falta. De amigos, como Prakash o Ritjen, honestos y leales. Ambos nos dieron una lección del verdadero significado de la amistad, la tolerancia y la generosidad. Se mantuvieron firmes ante nuestra insistencia por abonar unos servicios que no habíamos solicitado, (para descargar de algún modo nuestras conciencias), pero que nos regalaron por el simple hecho de compartir con ellos nuestra comida, experiencias y vivencias. Durante el recorrido por el alto Himalaya, gozamos de poblaciones como Namche Bazar, Lobuche, Dingboche… Hoy aún no sé si continúan en pie. El pueblo Sherpa, duro como pocos, y ajado por un clima extremo en un terreno inhóspito y desolado, sufrirá las mayores penurias tan lejos de la civilización y sin medios para refugiarse o trasladarse a centros médicos donde recibir la atención que precisen.

Ahora, desolados y sin hogar, me hierve la sangre por no poder prestar la ayuda que se merecen y les toca recibir. Seguiré intentando comunicarme con nuestros amigos y pido al Dios que les toque rezar que no hayan perecido y logren sobrevivir a esta tragedia.

NAMASTE