No salgo de mi asombro. De repente, todos los equipos de gobierno de los pueblos y ciudades de nuestro país, al unísono, han decidido pintar pasos de peatones, arreglar baches de las carreteras, limpiar parques y jardines, aceras…
Han esperado hasta que faltara un mes para que los ciudadanos cumplan con el derecho al voto de las inminentes elecciones, para iniciar todas estas mejoras. Entiendo que no tiene nada que ver con los comicios que darán lugar el próximo veinticuatro de mayo. Debe ser que, de pronto, han descubierto en el fondo del baúl los últimos atisbos presupuestarios bajo la manta roída de la desidia y, un virus colectivo, cual pandemia, ha infectado a los cargos políticos que no pueden evitar corresponder con la ciudadanía implicados y serviles, cumpliendo con su deber que, innato y vocacional, acompañan con una sonrisa trémula que desenmascara un deseo tangible de consolidarse en el poder. Al menos podrían haber disimulado e iniciado las obras unos meses antes, o aún mejor, haberlo hecho a lo largo de la legislatura.
Promesas futuras a viva voz; visitas a centros públicos, escuelas, mercados, fábricas; sonrisas forzadas en carteles angelicales… Solo son preludio de un “remake“de la vida política y la dudosa credibilidad de los que cada cuatro años se reparten el cuestionado honor de hacer historia en la vida democracia de nuestro país.