LUNAI, EL CHICO DE LA SELVA

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Ensimismado memorizaba cada detalle de un viaje soñado. Gerardo intentaba fotografiar todo a su alrededor. La pista de arena que serpenteaba a través de la selva no ofrecía la posibilidad de plasmar una imagen aceptable en una vorágine de curvas, baches y cambios de rasante.

Gerardo no cuestionaba la pericia del conductor, pero mantenía que yendo  más despacio, la docena de ocupantes del mini bus que los trasladaba a la población Puerto Maldonado, en la amazonia peruana, no se golpearían constantemente contra los cochambrosos reposabrazos de los asientos, importunando sin quererlo a los compañeros de butaca.

Un brusco frenazo desplazó a todo el personal contra el asiento de delante. Una joven austriaca no pudo reprimir un grito. Al unísono, doce cabezas asomaron por el corredor central intentando buscar la causa de la inesperada maniobra. Un enorme tronco bloqueaba el acceso. Por los comentarios del conductor y uno de los guías que viajaba en el asiento del copiloto, un rayo había causado el estropicio. Tardarían al menos media hora en liberar el camino para poder continuar.

_No hay mal que por bien no venga_ Pensó Gerardo, que encontró la oportunidad que necesitaba para tomar unas fotografías con su cámara profesional Nikon1 AW1. Consultó su reloj; las diez y cuarto de la mañana. Comentó a Lucía, la mujer de edad avanzada y de nacionalidad colombiana que compartía asiento con él, que daría un paseo y que no tardaría más de veinte minutos en regresar. El contrariado conductor buscaba una motosierra en un departamento en la parte trasera del vehículo donde guardaba alguna herramienta y la rueda de repuesto.

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Intentó no alejarse demasiado, pero enseguida observó aves de alas coloridas y picos anaranjados que parecían posar para él. Enfrascado en su labor se introdujo unos metros selva adentro. Procurando encontrar la luz perfecta para retratar, alzó la vista al cielo. El sol se escondía tras el ramaje intenso de árboles de gran altura, cuyas copas, inaccesibles, a modo de paraguas, liberaban al bosque de su influencia directa. Apenas unos rayos se filtraban desapareciendo y reapareciendo cuando el viento movías las hojas a su antojo. La humedad era tal, que la camisa de Gerardo, cual segunda piel, estaba empapada en sudor, como sus pantalones cortos, e incluso la ropa interior. La gorra con la que se protegía la cabeza, tras absorber el líquido salado hasta saturar su tejido, cedió y las gotas de sudor comenzaron a resbalar incesablemente por el rostro de Gerardo. Decidió tumbarse y fotografiar el mar de copas de árboles desde el suelo, pues la imagen con esa perspectiva le resultó digna de inmortalizar. Cuando se incorporaba, la cámara de fotos se desprendió de sus manos tras el sobresalto que experimentó ante una presencia inesperada. Ahogó un grito de pánico cuando descubrió que el motivo de su estupor era un niño de unos doce años de edad que lo observaba divertido y con los ojos muy abiertos. El niño avanzó unos metros y recogió la cámara del suelo, la observó curioso y trató de devolvérsela al estupefacto Gerardo. Por fin reaccionó y algo más tranquilo se acercó despacio hacia el indígena que seguía sonriendo amigablemente. Éste, tal como se preveía, alargó el brazo y Gerardo recogió la cámara de su mano.

                        -Muchas gracias. Me has dado un susto de muerte. ¿Vives por aquí?- Gerardo probó suerte intentando entablar una conversación con aquel muchacho que parecía tan agradable.

                        -Lamento haberte asustado. Te he visto en el suelo y pensé que te había ocurrido algo. Mi nombre es Lunai y vivo a una hora de aquí, en aquella dirección.- Se giró señalando con el dedo selva a dentro justo a su espalda.

            Gerardo, notablemente apurado, pues la hora de regresar con el grupo se acercaba, le explicó hacia donde se dirigía y le consultó si podrían verse de nuevo, convencido de que podría mostrarle lugares espectaculares para plasmar en su blog fotográfico, uno de los más visitados del país.  Un plan más apetecible que conocer Puerto Maldonado, pues la continua visita de turistas se había incrementado con los años, perdiendo el encanto propio de una población de la selva y modificando su estilo de vida hacía la atención y disfrute de los viajeros.

                        -Creo que el autobús se marcha ya.-Anunció Lunai encogiéndose de hombros.

                        -¡¿Qué?! ¿Cómo lo sabes?

                        -Si prestas atención aprendes a escuchar. El ruido del motor es inconfundible y ya se encuentra lejos de tu alcance.

            Gerardo corrió tras sus pasos deseando que el muchacho estuviese equivocado. Su maleta viajaba en el techo del autobús arremolinada con la del resto de turistas y aventureros. El tronco de árbol horadado en la cuneta ya no estorbaba; donde instantes antes las ruedas del autobús rodaban, Gerardo encontró una nota escrita en un pañuelo de papel. Así decía: lo siento. No han querido esperar. Hemos gritado, pero no nos has oído. Buena suerte. Lucía.

            Gerardo incrédulo se sentó en el suelo. Consultó el reloj de muñeca que marcaba en ese instante las once menos cuarto; justo la media hora que supuestamente tardarían en partir. Lunai con suavidad posó su mano izquierda sobre el hombro derecho de Gerardo.

                        -No te preocupes. Yo puedo llevarte a Puerto Maldonado. Todos van allí. Conozco el camino.

                        -¿De veras? Pero…está muy lejos. Quedaban aún tres horas de camino cuando hemos parado.

                        -La carretera rodea lugares inaccesibles, podemos atravesar a pie la selva y llegar en cuatro horas.

            Por un instante Gerardo vio la luz y suspiró aliviado. No todo estaba perdido, llevaba consigo la documentación, el dinero, una mochila con comida, agua y la cámara de fotos.

                        -¿Nadie te espera?- Interrogó preocupado porque alguien echara en falta al crio.

                        -De camino pasaremos por mi aldea y conocerás a mi padre. Él estará de acuerdo. Es honorable y reconfortante para el espíritu ayudar a los demás.

                        -Hablas muy bien mi idioma. ¿Todos lo habláis?

            Lunai sorprendió a Gerardo con una mirada compasiva, propia de un anciano. Irradiaba sabiduría y comprensión. No fue capaz de sostener la suya y terminó por agachar la cabeza y esperar.

                       -Hace muchos años un español cayó enfermo explorando la selva. MI abuelo lo recogió en su último aliento de vida, pero consiguió salvarlo y permaneció con nuestro poblado cinco años. Intercambiaron creencias, filosofías de vida e idiomas. Pronto él habló nuestro idioma y nosotros el suyo. Desde entonces se ha mantenido entre nosotros en recuerdo de aquel español que con gran pena se marchó para no volver más.

Gerardo comenzó a vislumbrar una oportunidad antes inimaginable. Podría prescindir de su maleta y acompañar a Lunai, conocer a su familia y permanecer con ellos unos días. Luego siempre podría coger el autobús de vuelta con la ayuda del joven indígena. Así se lo trasmitió al chico que seguía con su mano sobre el hombro de Gerardo y éste sentado en un insólito cuadro surrealista. Lunai, de nuevo, incrustó sus ojos negros como el carbón en los de Gerardo, que esta vez aguantó unos segundos avergonzado de ceder ante un adolescente.

            -Creo que sí. Pareces una buena persona. Mi padre tendrá la última palabra. Vendrás conmigo hasta mi poblado, comerás y descansarás, y si mi padre acepta que vivas en nuestro hogar unos días, así será.

Gerardo entusiasmado por la propuesta se incorporó decidido a seguir a su nuevo amigo hasta el poblado. Pero el chico se detuvo en seco y se giró hacia él.

                        -Una cosa más.- Gerardo asintió intrigado.- Una vez lleguemos a mi poblado no podrás hacer fotos.

                        -De acuerdo.- Algo contrariado aceptó la condición.

Una hora más tarde Gerardo era recibido en el poblado de Lunai. El padre del muchacho salió de su cabaña como si esperase la visita. En un idioma desconocido para él, Lunai puso en antecedentes a su padre y éste escuchó atentamente. Cuando Lunai terminó de hablar el padre se dirigió a Gerardo.

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                        -Mi nombre es Saloe. Disculpa a mi hijo. Debería haberme hablado en tu idioma, pues lo conocemos y lo contario denota mala educación. No tenemos nada que esconder. Sé bienvenido a nuestro poblado.

                        -¿Puedo entonces convivir con vosotros unos días aquí, en vuestra aldea?

            Saloe esbozó una sonrisa comprensiva. Entonces supo Gerardo de dónde procedía la de Lunai.

                        -Me recuerdas a alguien que ya estuvo aquí antes que tú. La impaciencia debe ser algo común en vuestras ciudades. Ahora comeremos, luego daremos un paseo y después, serás tú quien decida quedarse o no. ¿Estás de acuerdo?

                        -Sí, lo estoy.

Saloe mostraba sus arrugas sin complejos. Vestía una piel de animal que ocultaba desde el ombligo hasta las rodillas su delgado cuerpo; dos pulseras en su mano izquierda y un bastón más alto que él, eran su única indumentaria. Sus pies, descalzos.  El poblado formaba un semicírculo en una explanada en torno a una hoguera central, ahora apagada. Se podía intuir la cercanía de un río y los ruidos de la selva en toda su expresión se escuchaban en derredor. Media docena de niños correteaban y reían por la presencia de Gerardo. Los más mayores se sentaban a las puertas de sus cabañas sin expresión alguna. El resto continuaba  sus tareas sin mostrar sorpresa por el visitante. No hubo camino o senda por el que caminar en su aproximación al poblado, por lo que si no se conocía perfectamente su ubicación, era realmente improbable localizarlo a través de la selva.

Gerardo comió sin saber muy bien qué lo que se le ofreció, bebió un licor dulce de color blanco que recogían de una planta según pudo averiguar y descansaron la comida media hora, lo que aprovechó el invitado para darse a conocer más profundamente. Saloe y Lunai escuchaban atentos a Gerardo.

                        -Demos un paseo.- Interrumpió Saloe incorporándose e imperando por encima de lo que en principio denotó su cordial tono de voz.

Lunai solicitó con la mirada permiso para acompañarlos. Su padre aceptó en la idea de que la conversación serviría de aprendizaje para su hijo. Poco después los tres se perdían dejando atrás el poblado hacia una zona más elevada.

                        -No creo que pudiese acostumbrarme a vuestro estilo de vida.- Gerardo más que iniciar la conversación parecía pensar en voz alta.-No me entendáis mal, quiero decir que echaría de menos ciertas comodidades de las que ya soy casi esclavo.

                        -¿Por ejemplo?- Consultó Saloe con la intensa mirada de su hijo Lunai sobre él.

                        -El agua corriente, la luz…

Pero entonces padre e hijo rieron estrepitosamente. Circunstancia que sorprendió y ruborizó a Gerardo que no comprendía.

                        -¿Luz?- Padre e hijo extendieron sus brazos al cielo.- Toda la quieras. ¿Agua corriente? Síguenos…

Gerardo no se atrevió a responder. Atento siguió a sus misteriosos y hospitalarios interlocutores ladera abajo. Pocos minutos después, de nuevo sumergidos en la selva profunda, varios arroyos confluían en uno de mayor tamaño. Caminaron un poco más hasta que el rugir de un torrente de agua cayendo captó la atención de Gerardo. Aupados a una roca de tamaño suficiente para que los tres observaran con comodidad, una cascada de tres metros de altura rompía violentamente bajo sus pies.

                        -¿Necesitas más agua corriente?- Saloe escrutaba el rostro de Gerardo que no encontraba una respuesta plausible.

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                        -De acuerdo. Dos a cero.- Claudicó ante la obviedad.- Pero…

                        -Adelante. Habla sin temor.- Saloe, ante la indecisión de su invitado lo animó a continuar.

                        -¿Sería feliz únicamente rodeado de selva? Creo que no. No sabría qué hacer. Desconocer lo que sucede en el resto mundo sería difícil para mí. Viajar a otro país si me apetece…-Se rascó la barbilla y continuó.-Simplemente leer un buen libro o disfrutar de una buena película hasta la madrugada.

Saloe con la mirada perdida en el batir de las aguas, buscaba las palabras oportunas para responder a su curioso invitado.

                        -Vuestra civilización parece buscar la felicidad en lo banal, en lo perecedero. No comprendéis que la felicidad es el estado natural del ser humano- Esperó varios segundos para que sus palabras calaran lo suficiente en el fotógrafo antes de continuar.- Has estado en mi poblado. ¿No has visto la felicidad en los ojos de los niños y del resto de mujeres y hombres que lo habitan? Habéis creado falsas necesidades a las que estáis sometidos, dejando que pocos decidan como viven muchos. Trabajáis para ganar dinero con el que pagar lo que os dicen que tenéis que comprar para ser felices. Es indiferente cuánto ganéis, nunca es suficiente.- Ahora sonrió consciente de que sus palabras descolocaban a Gerardo.- Una vez al año os permiten disfrutar de un mes de vacaciones que aprovecháis para visitar y hacer lo que realmente queréis. Creo que lo llamáis…desconectar. Muchos buscan el descanso en la naturaleza, lejos del ruido, la polución y el estrés que soportáis porque así lo queréis. Si no, ¿qué haces aquí? Nosotros siempre estamos de vacaciones.

Desconcertado, Gerardo midió bien qué contestar al veterano indígena que parecía tener respuesta para todo. Creyó encontrar algo irrefutable.

                        -Y qué me dices del conocimiento, la cultura universal o el descubrimiento de las nuevas tecnologías.

                        -Me caes bien. Eres obstinado pero inteligente. Tú cultura no es mejor ni peor que la mía, las dos se han arraigado desde la necesidad de cada pueblo para preservar la sabiduría acumulada. Vosotros a través de la lengua escrita inmortalizáis los descubrimientos que alientan vuestro progreso. Pero ahora entramos en eso. Mi padre aprendió del suyo todo lo necesario para sobrevivir y continuar experimentando, pero desde el respeto. Yo lo aprendí de él, y así ha sido durante siglos. Pero sí hemos evolucionado en lo que concierne a nuestra tribu y nuestro entorno. Hemos sabido siempre lo que somos y de dónde venimos. ¿Vuestra civilización lo sabe? No es evolución ni progreso todo aquello que provoca un estado contrario a la salud propia y del entorno al que pertenecemos. Vivimos en paz real y espiritual. ¿Vosotros también? Ni siquiera pensáis en ello. Vais hacia la automatización de vuestras almas.

                        -¡Uf! Dame unos minutos, pues acabas de tirar por tierra mi filosofía de vida.- Gerardo necesitaba meditar lo que acababa de escuchar.

La inevitable prepotencia que otorga el ego de creer que se es más evolucionado y culto que un indígena de la selva profunda se hizo añicos ante una verdad indiscutible en las palabras de Saloe. Las dos preguntas clave formuladas en su última intervención, despertaron aún más la curiosidad de Gerardo y la excitación que ya no se molestaba en ocultar.

                        -Dices saber quiénes somos y hacia dónde vamos. Explícate por favor.

                        -Siempre hemos sabido que pertenecemos a un todo, que formamos parte de lo que nos rodea, del milagro de la vida. El mundo que llamáis civilizado se ha empeñado en buscar respuestas en un Dios ajeno, al menos externo a vosotros, los que creen y los que no. Pues vuestro Dios se representa como una entidad todopoderosa creador y dueño de vuestras almas, alguien a quién culpar de las fatalidades y quien venerar por las alegrías. Se os olvida buscar dentro de vosotros. Cuando dispongáis de tiempo para pensar en ello, descubriréis por fin que vosotros sois Dios y Dios es vosotros y nosotros, lo es todo y nada en concreto. No es algo ni alguien. Está por todas partes. ¡¿Cómo no lo veis?!

Gerardo frunció el ceño confuso.

                        -Tómate tu tiempo en digerir mis palabras. Espero no estar ofendiendo tu fe o credo, si es que lo tienes.

                        -No, no es eso Saloe. Quizá sea demasiada información para mi oxidado cerebro.

                        -No has de preocuparte. No creo en la casualidad, por ello sé que has aparecido en mi poblado porque así había der ser. Espero que consigas pronto encontrarte a ti mismo; que aprendas a mirar con el corazón y a actuar en consecuencia; que priorices en pos de la verdad, la que sale desde dentro de tu alma y te dejes llevar por tu destino, sin miedos ni ataduras; sin excusas amigo Gerardo. Vuestras vidas, a rebosar de bienes materiales, están tan vacías…

                        -Has dejado un tema pendiente, el del progreso.

                        -Bien. ¿Hacia dónde progresáis?

                        -La ciencia ha evolucionado mucho.- Contestó Gerardo seguro de sus palabras en esta ocasión.- La medicina ha salvado muchas vidas. Sabemos más de la creación del universo, de la formación de las estrellas… La comunicación es la verdadera revolución del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI. Todo lo que necesitas saber lo tienes a mano en un clic de un teclado o en tu propio teléfono móvil.

                        -Aún no me has respondido.

                        -Creo que nadie lo sabe, pero es imparable.

Saloe suspiró meditabundo.

                        -Intentaré sintetizar para responder a todas tus alusiones. La evolución del hombre conlleva una gran responsabilidad. La capacidad del ser humano para someter al resto del planeta a su albedrío nos está exterminando a todos. El progreso ha destruido muchas más vidas de las que ha salvado. Cuantos más artilugios de comunicación tenéis a vuestro alcance, más solos os encontráis. El acceso a la información mundial es gestionado mayoritariamente con un solo fin, enriquecerse. Es el ansia de poseer, de poder lo que os corrompe las entrañas y nada ni nadie parece poder pararlo. Tenéis una pandemia que vuestra avanzada tecnología alimenta, y vuestros líderes utilizan para engordar su ego. ¿De veras crees que yo necesito más de lo que tengo? Sé quién soy. Comparto mi vida con mi familia a la que amo. Doy gracias cada día de poder disfrutar de la naturaleza a la que respeto y protejo como parte de mí, que es lo que es, o yo de ella, que es lo mismo. Descanso plácidamente cada noche con mi conciencia tranquila, pues estoy donde deseo estar.

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Sin darse cuenta y concentrados en la conversación, la tarde se retiraba lentamente dejando paso a una preciosa noche estrellada. Saloe invitó a Gerardo a pasar la noche con ellos y decidir qué hacer al amanecer. Cuando regresaron al poblado la fogata alumbraba con intensidad. Sombras bailaban en derredor como almas libres. Todos los habitantes sentados al fuego charlaban amigablemente, riendo y bromeando. Los niños jugaban alrededor. Saloe, Lunai y Gerardo se unieron al grupo. Saloe propuso que se hablara en castellano para que el invitado pudiese participar en las amenas conversaciones, gesto que agradeció Gerardo asintiendo con la cabeza. Diferentes anécdotas, fábulas y vivencias se expusieron hasta la madrugada. Cuando la luna se encontraba en el punto más alto del impresionante cielo nocturno de la selva, se levantaron y recogieron en sus diferentes cabañas. Gerardo durmió sobre un colchón de ramas y enormes hojas arropado por una piel que lo cubría por completo.

            El despertar fue violento e inesperado. Gerardo que no entendía nada corrió hacia la hoguera, ahora brasas aún incandescentes donde todos se hacinaban con gestos de preocupación y gritos de lamento.

                                   -¿Qué ocurre Lunai? – Interrogó Gerardo aturdido.

El chico abatido cogió la mano de Gerardo y selva adentro caminaron durante cuarenta minutos. Una decena de excavadoras arrasaban todo a su paso, trabajando afanosamente para dar comienzo a una nueva carretera que atravesaría la selva, justo en la dirección donde se establecía el poblado de Lunai.

                                   -Pero…No puede ser. Hay dos parques naturales y una reserva nacional. Son espacios protegidos.- Gerardo desolado no creía lo que veía.

Se arrodilló abatido y furioso a la vez. De nuevo una mano firme se posó con delicadeza sobre el hombro de Gerardo. Era la de Lunai.

                                   -He de volver ya.- Informó el muchacho afligido.-Es hora de hacer fotos, antes de que nos alcance el progreso y no quedé nada que fotografiar.

Gerardo lloró desconsolado mientras Lunai desaparecía entre la espesura.

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                                                                          FIN

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2 comentarios sobre “LUNAI, EL CHICO DE LA SELVA”

  1. Mi opinión es que has reflejado varias cosas, que son los problemas que hoy en día un gran problema, la extinción de la fauna y la flora, por ambición, el exceso de la tecnología que poco a nos esta esclavizando, etc.
    En fin, pienso que las tribus nos dan lecciones para con la naturaleza.
    Has reflejado muy bien esos conceptos .En hora buena

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