LA TARA DEL HOMBRE

Es digno de estudio el comportamiento del hombre cuando deja de ser una persona física, única e irrepetible para transformarse en una manada enfurecida, lujuriosa, caótica, pacifista o enajenada.

IMG_20160402_191246                                                                                                                     Pio Baroja (1936)

De tú a tú, la persona se muestra inmensamente más prudente y razonable. Es capaz de ser consecuente y consciente de lo que puede conllevar según qué decisiones a tomar. Se dice que somos esclavos de nuestras palabras y responsables de nuestros actos; pero en masa, nuestros principios y valores  se desvanecen entre la multitud, e instintivamente el impulso a imitar nos conlleva a decir y hacer lo impensable. Lleva sucediendo desde que el hombre es hombre.

Si a nuestro lado un grupo de personas ríe a carcajadas, no podremos evitar cuanto menos sonreír, incluso reír sin saber muy bien por qué. Si observamos a alguien sollozar ante nosotros, muy probablemente entristezcamos y se le escape alguna lágrima al más emocional.  El pero llega cuando la violencia crece a nuestro alrededor y viene precedida de viperina lengua de avezado comunicador; perderemos las formas dejándonos llevar por una multitud que cuatro se habrán encargado de instigar y podremos reaccionar con una violencia tal que jamás hubiéramos imaginado. La muchedumbre se convierte en un solo ser tirano y visceral; pero también capaz de lo contrario, con acciones dignas de mención, solidarias y enriquecedoras, altruistas y humanas (en el mejor de las acepciones de la palabra). Cientos de ejemplos se han repetido a lo largo de la historia de la humanidad, muchos de ellos han cambiado para siempre nuestra forma de vida. Otros muchos, desgraciadamente, nos recuerdan lo mezquino, cobarde y extremadamente cruel que puede llegar a ser el hombre.

Como digo, la violencia acompaña en numerosas ocasiones estos comportamientos, con finales predecibles por las decisiones precipitadas y mal calculadas. Se pierden las razones al perder el control de las formas. Se cae en la barbarie en cuestión de segundos. Miles de personas se pueden ver arrastrados a cometer verdaderos magnicidios; en el peor de los casos incluso genocidios; ya saben ustedes a qué me refiero.

En política saben valerse de estas armas maquiavélicas de seducción desde hace siglos. Saber decir lo que se desea oír; enfurecer en una campaña electoral a la muchedumbre  hurgando en la llaga de la marginación, el desempleo, las injusticias sociales y los impuestos no es baladí. Otros recurren al miedo. Hacer mella en un futuro de inestabilidad política y económica augurando que los cambios arruinaran nuestras vidas, consigue acobardar a parte de la sociedad. Todos a nuestro libre albedrío debemos ser capaces de no caer en lo obvio de estas actitudes tan recurridas como recurrentes, tan infames como desvergonzadas. Ser capaces de decidir sin caer en la manipulación de los expertos en comunicación, saber leer entre líneas dependiendo quién sea el portavoz y de qué nos quiera convencer será indispensable para hacer un buen juicio de la situación política que nos toque vivir.

IMG_20160402_191717                                                                                                                     Pio Baroja (1936)

He oído muchas veces que el pueblo necesita un pastor que los guíe cual rebaño, pues si no, cual oveja descarriada, se perdería en la maleza de la incertidumbre. El problema recae cuando el pastor se desvincula de sus obligaciones para con el pueblo y persigue someter al rebaño a una vida de trabajo y salario medido que los mantenga “a salvo” de la temida exclusión social mientras se ocupa de engordar sus planes de pensiones y crear suculentas cuentas en paraísos fiscales. Procurará limitar nuestros conocimientos para evitar que el rebaño decida pastar en otro valle, beber de otro río y recogerse en otra cija. Sometidos a la vorágine de nuestras vidas, la cual no nos permite ni el tiempo ni la dedicación necesaria para decidir si queremos o no pertenecer a ese rebaño, somos dirigidos hacia una u otra vega entre abrumadoras informaciones manipuladas, datos y estadísticas engorrosas, caras bonitas y promesas, sobre todo promesas.

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