INFINITO

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Nuria decidió disfrutar de la noche estrellada en la cima de su montaña preferida. Fascinada por la inmensidad de un cielo repleto de luces, intentaba imaginar lo infinito.

Decidió divagar y abrió su mente hacia la posibilidad de la existencia de otros mundos. Cuando escalaba montañas y alcanzaba sus cimas se sentía vulnerable. Una mota de polvo en un universo por descubrir.

En ello estaba cuando lo que en principio pareció ser una estrella fugaz captó toda su atención.

_ ¡Vaya!_ Pensó. _ ¡Es enorme!_ Pero a medida que los segundos transcurrían la cegadora luz crecía exponencialmente hasta cubrir por completo todo el campo visual de Nuria. Instintivamente cruzó los brazos sobre su cara temiendo ser engullida por el gigantesco resplandor. No ocurrió nada. Tal cual apareció, se difuminó hasta desvanecerse en la oscuridad de la noche.

Conciliar el sueño fue tarea difícil. No sabría cómo explicar a su familia y amigos lo ocurrido. Agotada y entrada la madrugada el sueño venció a sus pensamientos y durmió hasta el amanecer.

Despertó descansada. Desayunó un zumo y algo de fruta que guardaba en la mochila y comenzó el descenso hacia su vehículo estacionado en la falda de la montaña.

Cuando habían transcurrido diez minutos, sintió que la mochila comenzaba a pesar demasiado y que los árboles a su alrededor eran más altos de lo que recordaba. Incluso el sendero parecía más ancho. Las gafas de sol no se sujetaban en su cara y las botas de repente eran varias tallas más grandes.  Se detuvo asustada, pues no comprendía qué podía estar sucediendo. Todo era enorme y ella se encontraba minúscula ante lo que la rodeaba. Perdió el reloj de su muñeca y no pudo acaparar el teléfono móvil con su diminuta mano. Finalmente descubrió estupefacta que su cuerpo menguaba a gran velocidad. Intentó cubrir su cuerpo con el pañuelo azul que otrora anudaba su cabello y ahora la cubría por completo. Pero poco después quedó sentada sobre él. Su sensación era que todo crecía, aunque realmente ella decrecía irremediablemente y sin control, ¿o no?

No podía estar segura y su estado de nervios y la búsqueda constante y frenética de explicación mermaba su capacidad de razonamiento. Levantó la mirada al cielo. Su pañuelo era todo lo que veía en el horizonte. Un enorme mar de hilo azul. Se agarró a las minúsculas fibras del pañuelo con ambas manos hasta que solo uno de esos hilos era todo lo que alcanzaba a divisar. No tenía tiempo de analizar, tan solo de sobrevivir a aquel fenómeno que no parecía tener un pronto final. La poliamida de la fibra sintética comenzó a mostrarse laberíntica. Una red infinita donde intentaba Nuria mantener el equilibrio y no caer en un abismo de oscuridad.

De pronto cesó en su minimización y observó confusa a su alrededor. Seres horrorosos deambulaban en diferentes sentidos entre pequeñas partículas que creyó de polvo, y otras que no supo identificar. Recordó haber visto un documental donde afirmaron que en la cabeza de un alfiler cabrían un millón de bacterias. _ ¡Dios mío!_ ¡Esto no puede ser verdad!_

Siempre había creído que si algo se hacía lo suficientemente pequeño se desintegraría, pero ahora no contemplaba tal tópico como real. A medida que había ido disminuyendo de tamaño, un mundo nuevo, real, se había mostrado ante ella. El pañuelo azul era ahora su nuevo universo.

Continuó en su hilarante carrera hacia su microscópico destino haciéndose aún más pequeña. Flotó ingrávida junto a los átomos que todo lo conforman, luego los electrones y protones pasaron a ser gigantescos globos que crecían sin cesar. La oscuridad ocupó todo en derredor y visualizaba a lo lejos destellos, únicos vestigios de las partículas subatómicas que contemplaba instantes antes, cual estrellas de un firmamento extravagante. Comenzó a disfrutar de la experiencia. Comprendió que sí era posible entender la vida desde mundos diferentes una vez fuera de lo contemplado como único en la dimensión que ocupamos. Se acordó de sus últimos pensamientos antes de la llegada de la gran luz: lo infinito.

No tuvo tiempo de mayores dilucidaciones, pues tal cual comenzó a disminuir, el efecto contrario y a una velocidad vertiginosa se desató inesperadamente. Crecía y crecía viendo ante sus ojos acercarse los átomos, unirse en moléculas y conformarse la materia; luego, las fibras sintéticas del hilo de su pañuelo. Pronto contempló su mundo desde la distancia. Creció hasta poder coger el pañuelo con ambas manos, pero no se detuvo ahí.  Su cuerpo alcanzó un tamaño descomunal. Las copas de los árboles alcanzaban su cintura. _ ¡No, otra vez no!_ Se lamentó. La carrera era imparable y no cesó de aumentar de tamaño hasta sentarse en su montaña preferida. En pocos instantes alcanzó diez mil metros de altura visualizando expectante un planeta espectacular que comenzaba a quedarse pequeño. Miró hacia el horizonte justo cuando la Tierra se escurría entre sus dedos y el sol, cual fósforo inmortal, se perdía hasta no ser más que un destello en la oscuridad que no tardó en envolver a Nuria por completo.  El Sistema Solar quedó reducido a lo más parecido a un átomo y sus planetas, cual electrones giraban en derredor. Siguió creciendo y una dimensión acorde a su tamaño se adivinaba en su no parar.  Creció hasta observar como las galaxias se unían en lo que suponía pequeñas partículas. Todo comenzó a tener una forma conocida. Poco después esas particular conformaron una fibra de hilo, que se unió a otras hasta que esa extraña tela cubrió su particular horizonte.

Nuria enarcó sus inconmensurables cejas comprendiendo al fin. Un pañuelo azul se mostró claro ante sus ojos en su nuevo cielo. El mismo que disminuía de tamaño  cuanto más crecía. A su alrededor, formas de vida se desarrollaban en su dimensión, tan grande como quieras creer y tan pequeña como grande es. Su tamaño continuó el fantástico viaje hasta atrapar entre sus dedos el pañuelo de nuevo.

Una luz que todo lo cubría se aproximó a gran velocidad hasta impactar en Nuria. Cerró los ojos y muy temerosa, poco a poco, los abrió más impaciente que asustada. Cargaba su mochila y permanecía de pie en el sendero que conducía hasta su vehículo. Giró la cara para observar su montaña preferida. Respiró hondo y agradeció  a la sublime y  sabia luz la oportunidad de comprender. Comenzó a caminar para detenerse de inmediato tras recordar algo. Palpó la coleta que sujetaba su pañuelo azul. Lo desató y contempló largo rato.  Nunca se desharía de él. No podría ver el mundo igual nunca más.

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