EL ÚLTIMO SUSPIRO DE MARCELO

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Con la mirada perdida en el cielo de la habitación de la residencia donde esperaba su hora, Marcelo repasaba su larga vida, indeciso. Dubitativo, meditaba si su vida era merecedora de ser recordada, si alguien lloraría su ausencia años después de su último suspiro.

El cáncer devoraba su mermado y caquéxico cuerpo sin compasión. Por suerte y gracias a la medicación no sentía dolor; su apetito, insignificante.

Una visita inesperada lo devolvió a la precaria realidad. Prefería sumergirse en sueños, dejándose llevar por los efectos psicotrópicos de las drogas que circulaban por su organismo. Flotaba suspendido e imaginaba sobrevolar extensas praderas, altas cumbres nevadas, ríos serpenteando entre alfombras de mil flores. Paisajes de ensueño, los mismos que disfrutó hasta los últimos meses de su vida  cuando aquejado por las enfermedades y achaques de la edad se detuvo al fin.

                               -Buenas noches. ¿Cómo se encuentra?

                               -Bien gracias. ¿Quién es usted?

El semblante del joven y apuesto visitante irradiaba bondad. Se acercó y cogió la mano derecha del paciente que comenzaba a impacientarse. Luego sonrió.

                               -Soy tu amigo, tu mejor amigo. Soy quien has querido ser y has sido, pero también el que nunca serás y quien quizá soñaste ser.

                               -No comprendo. Si es una broma no tiene gracia.

Molesto, Marcelo giró la cabeza en busca de alguien que le pudiera socorrer. Para su desazón, la puerta permanecía cerrada. Su compañero de habitación descansaba plácidamente. Sabía que era inútil intentar gritar, apenas podía hablar lo suficiente pasa ser escuchado y su demenciado compañero además, era sordo.

El visitante se sentó a su vera y sonrió de nuevo. En esta ocasión con una mirada que envolvió  la estancia de paz, devolviendo la serenidad a Marcelo.

                               -De veras, no hay de qué preocuparse. Y por favor, tuteémonos. Los dos sabemos que mañana no abrirás los ojos. Tu tiempo en este mundo es limitado y ha llegado la hora de descansar. Sin embargo, he escuchado tus pensamientos de los últimos días con atención y no he captado ápice de arrepentimiento, y eso, sí es una novedad. ¿Me permites unas preguntas?

                Marcelo intentó incorporarse; el visitante le ayudó amablemente. Más tranquilo, Marcelo observó con detenimiento al personaje que sentado a su lado formulaba una propuesta tan desconcertante como reveladora. La curiosidad pudo con él.

                               -Seas quien seas, ya nada he de temer. ¿Qué quieres saber exactamente?

                               -Gracias por compartir conmigo estos minutos.- Mantuvieron la mirada unos instantes y el visitante prosiguió.- Todos los seres humanos antes de abandonar este mundo se arrepienten de lo que pudieron hacer y no hicieron, mucho más de lo que pudieron haber hecho en vida, por trágicos que pudieran ser sus actos. La vida os otorga el poder de decidir el camino y yo me encargo de llevarlo a cabo, pero os doy libre albedrío. No sé muy bien por qué, pero son pocos los que toman las riendas de sus vidas y son capaces de priorizar con sensatez buscando la felicidad desde el corazón. Seguir el instinto, eso debería ser todo.-Tras una breve pausa para reordenar conceptos prosiguió.- Sin embargo, os dejáis llevar por corrientes generadas por hombres como vosotros a los que aupáis a un poder cuestionable y decepcionante; religiones que todo lo prometen; riquezas, propiedades… ¿De qué os sirve ante la muerte tanta absurda banalidad y egocentrismo?

                Marcelo prestó la máxima atención. La voz crítica de aquel desconocido parecía excluirle de algún modo. Hablaba de toda la humanidad.

                              -Una vez dicho esto, y disculpa por este arranque a modo de introducción impropio de mi, la verdad es que me desconcierta, y no me duele en prendas reconocerlo, que ni uno solo de tus pensamientos sea de arrepentimiento. Sin más demora procedo con las preguntas. Prometo no extenderme

Apretó la mano de Marcelo entre las suyas como muestra de afecto y agradecimiento.

                               -¿Nunca te has arrepentido de nada a lo largo de tu vida?

Marcelo consiguió sonreír.

                               -¡Jamás!- Fue tan tajante que sorprendió a su interlocutor.- Mis padres fallecieron cuando contaba tres años.

                               -Lo sé.-Interrumpió comprensivo.

                               -Entonces también sabrás que vagué de hogar en hogar hasta los quince años.-El extraño visitante afirmó con un leve movimiento de cabeza.- Viví de cerca la decadencia, la ira, el odio, la envidia, los celos. Imagínese, con tan solo quince años de edad.-Se detuvo e intentó coger aire.- La desidia, el miedo…sobre todo, el miedo.-Concluyó exhausto.

                               -Comienzo a comprender.

                Marcelo señaló con el dedo índice de su mano libre una botella de agua que reposaba sobre la sencilla mesilla junto a la cama. El visitante comprendió enseguida e incorporándole de nuevo acercó la botella a los labios de Marcelo que agradeció el gesto.

                               -Sentí la opresión en pechos ajenos. El delirio de muchedumbres y el pesar de familiares y amigos de una y otra parte de la ciudad. Una buena mañana, siendo un imberbe adolescente introduje un cuaderno y un lápiz en una mochila, una manzana y,  en mi bolsillo, doscientas pesetas que conseguí ahorrar para pagar el autobús hasta la estación de tren. Dejé volar la imaginación y mis sueños por cumplir surgieron en cada parada que aquel viejo tren realizaba en las estaciones correspondientes. Fue entonces cuando decidí que no dejaría nunca de viajar, conocer, aprender… El mundo es maravilloso y he conseguido ver francamente mucho de él. Conseguí entender.

                               -Entonces, ¿mueres feliz, satisfecho con tu vida, tranquilo y en paz?

                               -¡Hace tanto tiempo que olvidé tener miedo! Mis recuerdos palian con creces cualquier atisbo de tristeza. Nunca tuve tiempo de rendirme.  Ahora solo acepto lo inevitable. El cáncer decidió parar mis pies, que no mis recuerdos; experiencias, sensaciones…Debo tanto a la vida, tanto…

                               -¿Sabes pues quién soy?

                               -Eres mi destino, el de todos. La posibilidad. El paso por dar. El reto por cumplir; el amor deseado. Lo eres todo. Tú eres el destino.

Una tos ronca, preludio de un impasse inevitable, sirvió para que el destino recapacitara sobre su última consulta.

                               -¿No extrañas a nadie a tu lado en los últimos momentos?

                La cara de Marcelo, reflejo de la satisfacción por no haberse equivocado, denotaba conocer con anterioridad la pregunta. La esperaba.

                               -En ello pensaba cuando has llegado. Nada puedo añorar que no haya tenido. La familia no fue una opción a considerar. No podía ni quería embarcar a nadie en un viaje a ninguna parte, sin meta, sin casita de campo esperando junto al lago en mi jubilación. A lo largo de los años logré conocerme en profundidad gracias a grandes personas a las que debo lo que soy. Amé y fui amado en muchas ocasiones; pero no, no consolidé relación alguna y ello permitió que amara todo en derredor sin barreras ni compromisos. Nunca me quedé en un sitio el tiempo suficiente para que ello ocurriera. Supe desde el primer momento que mi rumbo se escribió el día que me subí al primer tren. Nada ni nadie me pararía. Así fue. No me da miedo estar solo. Cada vivencia me reconforta, cada bonito recuerdo me hace sonreír, cada abrazo y beso repartido por el ancho mundo me acompaña si flaqueo. Muero repleto y a rebosar. Encontré la meta de mi existencia dentro de mí. Una vez liberado de los miedos supe sonreír a la vida y ella me devolvió la sonrisa.

                               -¿Eres consciente de que millones de seres humanos ni siquiera piensan en estas cosas? La mayoría vivirán mil vidas cabalgando a lomos del miedo hasta comprender que nada tienes si no eres fiel a ti mismo y no escuchas tu corazón.

Marcelo, disneico, aceleró sus respiraciones buscando el oxígeno que ya no toleraban sus pulmones. Cabizbajo, el destino de Marcelo presintió que el final de ambos, el verdadero, el que une el corazón del hombre con su destino era inminente.

                               Con un último esfuerzo Marcelo se incorporó y abrazó a su destino. Ambos se fundieron en uno. Hombre y destino se encontraron en el lugar y momento preciso, cerrando el círculo de la vida para descansar en paz.

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11 comentarios sobre “EL ÚLTIMO SUSPIRO DE MARCELO”

  1. Muchas gracias hermano por otra bonita historia que sigue recordándonos quienes somos y cuanto nos queda por aprender. Sigue escribiendo por favor.
    Besitos desde Galicia de tu hermana

  2. Me llama la atención que este relato y el anterior sean sobre un tema similar,es decir de cuando tengamos que abandonar nuestra parte biológica y enfrentarnos o haber pasado a nuestra parte energética.
    Me han emocionado.
    Gracias por tus reflexiones tan bien expresadas

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