Disparidad de opiniones; alardes incongruentes. Decepcionantes comportamientos de unos, otros y propios. Debacles verbales en defensa de provocaciones que no son. Malentendidos en maletas cerradas; la llave, en lo más hondo de tristes corazones que, panza arriba, batallan por mantenerse en pie. Miradas que hablan por sí solas reflejan cristalinas la sombra del dolor y los resquicios de amargas vidas, aún desvanecidas.
Obsesiones, excentricidades; rarezas de todo tipo convergen en un jardín que no crece por la falta de luz; la más importante; la del perdón, la comprensión, la empatía y la compasión.
Libertad de opinión. ¿Dónde está el límite? La ofensa, en la cresta de la ola del inconformismo, espera al acecho para disparar el escudo de la auto-defensión.
Cuando nos daremos cuenta de que culpando a los demás de nuestros actos, jamás nos liberaremos de nuestras culpas, nuestros pecados y nuestra mala conciencia.
Empatizar, transigir, comprender y perdonar agota, pero compensa a muy corto plazo.
La compasión, sin el ego como telonero en el concierto del entendimiento, suena deliciosamente armónico.