CARTAS MALDITAS

Los tacones de sus zapatos resuenan por el desgastado adoquín. Por las calles de la Judería Vieja de Segovia vos camináis sin destino aparente. Queréis desaparecer; no haberse levantado habría sido la mejor opción. Mario, muy serio, con voz trémula, casi imperceptible, susurró lo inevitable…

Vos deseáis difuminaros en el viento, encontrar un túnel a ninguna parte, donde nadie fuese relevante ni pueda observar vuestros desangrados ojos que lloran miseria.
Un año y pocos gratos recuerdos donde cobijarse. Vos Anheláis un beso apasionado, una caricia que erice vuestro cabello; palabras de ánimo que disipen tanta soledad. Vos, derrumbada, caminasteis a ninguna parte para evitar el llanto reflejado en pupilas de un rostro que, incómodo, se escondía tras las palmas de unas manos sudorosas. Mario sabía del pesar que provocaban sus palabras. No hay amor, se esfumó con la llegada de las cartas malditas; una tras otra mermaron la comprensión, las esperanzas y los sueños comunes.

Detalles del pasado de vos; oculto de todos menos de él. Un hombre que decidió frustrar vuestro mundo, familia y destino. Movido por la venganza de un amor no correspondido, visceral, enfermizo como cada uno de sus actos.

Años atrás caíste rendida por su gran capacidad de embaucamiento y su encanto superficial. Os enamorasteis como una adolescente por primera vez. Sabedor del amor que vos suscitabais por él y oculto tras sonrisas de encanto natural, sometió a vos a delirios y prácticas socialmente inaceptables. Vos le queríais hasta olvidar vuestros principios, la moral de una educación conservadora y privilegiada en los mejores centros educativos de la ciudad; y ahora, muerta de miedo y tristeza, os balanceáis como barco a la deriva en una tormenta de imágenes y videos difíciles de asimilar.

Es invierno, tarde como para que vos pudierais cruzaros con ningún viandante. Prendéis fuego a las cartas que evidencian un pasado del que arrepentirse. Sentada en las escaleras bajo la Puerta del Sol, en la calle del mismo nombre, a vos se os nubla la mente. No veis la luz en un sol que no calienta un corazón ajado y herido de muerte.

Vos, ni siquiera notáis la hoja afilada que rasga vuestras venas. Un líquido espeso, de color rojo oscuro riega entonces el Paseo del Salón de Isabel II, también conocida como Reina de los Tristes Destinos.

 

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