Camino de Buitrago, con Fito de copiloto, cantaba en voz alta mientras mi coche devoraba kilómetros sin cesar, lento pero seguro.
El último CD escuchado, reposaba sobre el asiento de Fito. De pronto un haz de luz solar se coló indiscreto por la ventanilla reflejándose sobre su cara grabada, regalándome un perfecto arcoiris en el techo de mi coche.
No pude por menos que sonreír y alegrarme de estar vivo, respirar cada mañana y poder ver la luna cada anochecer.